Es recurrente la idea de la falta de tiempo, de las prisas, de los agobios, sobre todo cuando nos referimos a la vida en las ciudades, o los que trabajamos en las ciudades. Los traslados se nos llevan una cantidad de tiempo relevante. Y es fácil llegar a las últimas horas del día con gran sensación de cansancio.

Todo esto parece suficiente justificación para declarar sin tapujos que no tengo tiempo para otras cosas que no sean el trabajo profesional y la atención de la familia. Incluido, claro está, el tiempo de metro, de atasco, y de comer y dormir. De manera que muchas personas, sin inmutarse y sin dudar para nada de tener toda la razón, afirman no tener tiempo para la formación, para la lectura o para Dios.

Estas facetas de la vida quedan a un lado como asuntos de segunda clase que si se puede se puede y si no se puede qué le vamos a hacer. ¡Que el tiempo es limitado! Sin embargo un examen más detallado del transcurso del día de cada persona, si hiciéramos un estudio con datos, nos llevaría a descubrir que hay algunas actividades que ya se han dado por supuestas, como integradas en todo lo anterior, pero que no son realmente ni trabajo profesional ni atención a la familia.

El tiempo dedicado a la televisión no es trabajo profesional ni dedicación a la familia. Y la media nacional debe ser de mucha consideración, más cerca de las dos horas que de la hora. Y, sin duda se me dirá, con gran seguridad, que es tiempo necesario para el descanso. Aquí es donde habría que hacer un tratado para establecer si, verdaderamente, la tele es descanso, es el mejor descanso, o es un comecocos seguramente pernicioso en un porcentaje ciertamente elevado de programas.

Reduciendo el tiempo de exposición a la pantalla de la tele a la mitad –y no me entretengo en preguntar cuanto tiempo dedica usted- con toda seguridad cualquier persona con un mínimo de formación se leería un libro al mes. Y eso es infinitamente más útil que ver la tele, siempre y cuando no se caiga en la lectura de la morralla del best seller. Vamos, que lo importante aquí es sobre todo no engañarse. No encubrir la realidad con motivos inexistentes.

El tiempo dedicado al móvil, al sin sentido de contestar 120 mensajes de wasap al día, y ver 35 videos de bobadas, no se puede decir para nada que sea descanso, desde luego nadie reconocería que es trabajo profesional –aunque se dedique mucho del tiempo de trabajo a esos menesteres- ni que sea tiempo de cuidado de la familia. En este caso tenemos más modos de comprobar las pérdidas de tiempo. Hay aplicaciones que contabilizan con exactitud la duración y las veces que se ha encendido el aparatillo para tonterías sublimes. Se asustará usted al comprobar que difícilmente baja de las dos horas diarias.

Pero no hay tiempo para hacer un rato de oración, o para preocuparse por estudiar temas importantes para la vida de las personas, o para leer un buen libro. Eso sí, tenemos un número no pequeño de gentes entre los 20 y los 50 años que salen a correr o se van al gimnasio casi todos los días. Damos por supuesto que la formación –el cuidado- del cuerpo es más importante que la del alma, y así tenemos tanta gente simple, bobalicona, que solo piensa en su físico, pero apenas sabe hablar o escribir, y que no saben de historia ni de literatura.

¿Falta tiempo o sobra desorden mental a raudales?

 

Ángel Cabrero Ugarte