Filosofía de la religión

 

En el conocimiento de la filosofía, o del amar a la sabiduría, que la humanidad ha ido recabando, atesorando y trasmitiendo después de muchos años de investigación y tras muchos siglos de pensamiento, hay una faceta de particular importancia, pues no solo sirve para iluminar el caminar de los hombres en la vida, sino que les abre la puerta hacia la trascendencia y, por tanto, a esas otras realidades que están más allá de lo meramente sensible, es decir, los frutos de la filosofía de la religión, que ponen al hombre en contacto con un Dios personal.

Desde el Concilio Vaticano I, donde el magisterio reconoció solemnemente que se puede llegar al conocimiento de Dios a través de la luz de la razón, y con la ayuda y el quehacer de la antropología humana y del descubrimiento de las civilizaciones más antiguas, se ha podido conocer mejor no solo la filosofía de la religión sino también parte de la historia de las religiones y de los sentimientos religiosos de los pueblos ancestrales.

Precisamente en el trabajo acerca de la cultura a través de la historia, escrito por el profesor neokantiano Ernst Cassier (1874-1945), judío y catedrático de filosofía, en Berlín y Hamburgo y finalmente hubo de exiliarse a Estocolmo, Oxford y Estados Unidos donde falleció, aporta algunas reflexiones sobre la filosofía de la religión que merece la pena detenerse a comentarlas, aunque sea brevemente.

Desgraciadamente, el inicio no podía ser más pesimista, pues Cassier comienza con una frase de Hegel sobre la escasez de momentos históricos de paz y felicidad: “hojas en blanco en el libro de la historia” (167), pues en el fondo las meras acciones humanas le parecen irrelevantes. Enseguida lo entenderemos: “Kant está profundamente convencido del ‘fracaso de todos los intentos filosóficos en materia de teodicea’. No le queda, pues, otra solución que aquella extirpación radical del hedonismo que intenta llevar a cabo en el fundamento de su ética”. Para añadir: “lo verdaderamente valioso no son los bienes mismos que el hombre recibe como un verdadero regalo de la naturaleza y la Providencia. No, el verdadero valor debe buscarse en los propios actos del hombre y en aquello que, gracias a esos ascos, llega a ser” (168).

Un poco mas adelante, añadirá: “la finalidad de la cultura no es la realización de la dicha sobre la tierra, sino la realización de la libertad, de la auténtica autonomía, que no representa el dominio técnico del hombre sobre la naturaleza, sino del dominio moral del hombre sobre sí mismo (…) Kant cree, con ello, haber convertido el problema de la teodicea de un problema metafísico en un problema puramente ético, y haberlo resuelto críticamente gracias a esta transformación. Pero no todas las dudas que contra el valor de la cultura pueden alegarse quedan esfumadas, ni mucho menos” (169).

Paginas después desvelará su verdadero error: “la religión es un conjunto de principios fijos de fe y de preceptos de orden práctico” (201). Frente a esto hay que recordarle que la verdadera de cuestión radica en descubrir un Dios personal y una relación personal.

José Carlos Martín de la Hoz

Ernst Cassier, Las ciencias de la cultura, edición del fondo de cultura económica, México 2014, 206 pp.