Es muy interesante que ediciones Acantilado haya publicado en estos tiempos tan convulsos que estamos viviendo en el plano político y cultural nada menos que una reedición del famoso tratado de Stefan Zweig (1881-1942) sobre el político napoleónico Joseph Fouché (1759-1815).

En efecto, si hay un autor de fama internacional de ensayos históricos que sean creíbles y estén bien documentados es, indudablemente, el intelectual vienes Stefan Zweig, como demuestra el número de sus obras biográficas y las ediciones y traducciones que se han publicado desde su redacción hasta nuestros días.

En la obra que ahora traemos a colación, sobre Fouché, el maestro Zweig se esmeró, si cabe hablar así, en meterse en el alma del personaje y, sobre todo, en el alma de la sociedad y de la cultura en la que vivió y desarrolló las indudables dotes y cualidades que había recibido hasta convertirle en el prototipo de político de su tiempo y expresión de un modo maquiavélico de actuar.

Joseph Fouché, primero fue un activo revolucionario y, posteriormente, asistió al ascenso al poder con Napoleón en cuyo gobierno imperial tuvo cargos de responsabilidad como ministro de policía y, posteriormente, ministro del interior y, finalmente, ya en plena Restauración monárquica cuando alcanzó la máxima cima puesto que ejerció como el Presidente de la comisión ejecutiva de gobierno con Napoleón II, hasta su fallecimiento.

Indudablemente, Joeph Fouché estuvo a la altura de los tiempos y de los grandes personajes de la vida política de Francia de otros tiempos, eso sí con la omnipresente figura de Charles Maurice de Tayllerand y de su perenne sombra Enmanuel-Joseph Sieyés (15).

Seguramente, Stefan Zweig fue plenamente consciente cuando en la primeras páginas de la primera edición de su biografía dejaba por escrito parte de la esencia de su biografiado al explicar cómo después de diez años de vida aparentemente entregada en el Oratorio de San Felipe Neri: “no toma las ordenes mayores, no toma ningún voto. Como siempre, en cualquier situación, se deja abierta la retirada, la posibilidad de la transformación y el cambio. También a la Iglesia se entrega solo temporalmente y no por entero, como tampoco lo hará después a la Revolución, al Directorio, al Consulado, al Imperio o a la Monarquía: Joseph Fouché no se siente obligado a ser fiel de por vida ni siquiera a Dios, no digamos a un hombre” (14).

Indudablemente, Zweig acierta cuando explica detalladamente que la formación clerical de nuestro Fouché, su completo autodominio y su extraordinaria capacidad de no reflejar nunca sus sentimientos, convirtieron al profesor de seminario de latín, física y matemáticas y, además, observador y seleccionador de vocaciones en un perfecto espía, diplomático y consejero (16).  La amistad con Robespierre, siendo ambos jóvenes prerrevolucionarios en la ciudad de Nantes, y la posterior traición será lo habitual (18).

José Carlos Martín de la Hoz

Stefan Zweig, Fouché. Retrato de un hombre político, ediciones Acantilado, Barcelona 2021, 279 pp.