Afirma el papa Francisco en su Autobiografía que siempre le había interesado la política (pág.136). Al que había de ser sucesor del apostol San Pedro la vida le había llevado cerca de algunos de los mayores desastres producidos en el siglo XX. Jorge Mario Bergoglio -luego Papa Francisco- fue nieto de Giovanni Bergoglio y de Rosa Vasallo, nacidos en el norte de Italia, que tuvieron un solo hijo al que llamaron Mario, padre del futuro pontífice. El abuelo Giovanni había participado en la Primera Guerra Mundial y años más tarde relataría a su nieto la crueldad de la guerra. El hijo de Giovanni y Rosa, Mario, cursó en Italia estudios de contabilidad.
El joven terminó sus estudios el año 1926, el año en que "el régimen fascista ponía en marcha con todo rigor su opresión sobre la sociedad italiana" (pág.47), pero Giovanni Bergoglio ya había decidido llevar a su familia allende el océano, a Argentina, donde residían algunos de sus hermanos. Los comienzos fueron buenos, pero en 1932 les alcanzó la Gran Depresión que había comenzado en los Estados Unidos años antes. Los Bergoglio se quedaron sin trabajo y sin dinero (pág.53). Esta circunstancia les obligó a emprender un nuevo desplazamiento, desde la ciudad de Paraná a la metrópolis argentina, Buenos Aires, donde se instalaron en un barrio humilde, el barrio de Flores, que, a decir del narrador, era "un caleidoscopio de etnias, religiones y profesiones" (pág.71).
En Buenos Aires, Mario Bergoglio conoció a una joven, también de origen italiano, Regina María Sivori, se casaron y tuvieron cinco hijos. Jorge Mario fue el mayor, nacido en 1936. Del padre de Regina dirá el autor que "era un radical y un hombre de encendida pasión política" (pág.82). Pasaron los años y Jorge Mario comenzó estudios superiores en una Escuela Técnica Especializada en Industrias Químicas. En el cuarto año tuvo que realizar prácticas en un laboratorio de análisis donde conoció a una mujer, su jefa, que tendría una gran influencia sobre él y a quien Jorge llegó a querer mucho. Se trataba de Esther Ballestrino de Careaga, nacida en Paraguay, que había tenido que exiliarse en Argentina pues era marxista y había militado en un partido revolucionario. Esther era una mujer cabal, respetuosa y de un gran sentido del humor; ella -dirá Bergoglio- "me enseñó a pensar la política" (pág.133), "me hizo leer libros y me animaba a ampliar mis conocimientos con otras lecturas, y cuando Esther me traía el periódico comunista Nuestra Palabra, lo leía, discutía con ella lo que no compartía y eso me ayudaba a pensar" (pág.134).
En 1945 terminó la Segunda Guerra Mundial con el lanzamiento de dos bombas atómicas sobre Japón. Recuerda Bergoglio como sus padres lloraron cuando se enteraron de la mortandad producida por las bombas. El Pontífice explica que "es inmoral tan solo la posesión de bombas atómicas" (pág.180). En 1946 toma el poder en Argentina el general Juan Domingo Perón, un gobernante populista que realizó grandes promesas a favor de los desheredados. "En mi casa -escribe Bergoglio- todos eran antiperonistas (pág.135), pero al joven le simpatizaban las reformas sociales que Perón estaba llevando a cabo, ya que se le antojaban próximas a la doctrina social de la Iglesia. Jorge Mario estaba cerca de tomar los hábitos en la Compañía de Jesús y uno de los lugares donde tuvo que realizar su formación fue en Chile, donde se tropezó con una "feroz pobreza"; "los chilenos -dirá- me hicieron madurar en humanidad". En 1969 es ordenado sacerdote y en 1973, con tan solo 36 años es nombrado Superior Provincial de la Orden: "Fue una locura" -dirá- (pág.185).
En esta situación, en 1976 se produce el golpe de Estado de Jorge Videla y los otros generales. Como Superior Provincial Bergoglio tuvo la oportunidad de defender y ocultar a muchos de los que eran buscados por los militares a causa de su ideología. El autor calcula en 30.000 el número de desaparecidos por la represión: "Muchos sacerdotes -escribe- fueron asesinados e incluso obispos, como monseñor Enrique Angelelli, obispo de La Rioja" (pág.144). Una de las que fue eliminada fue Esther Ballestrino de Careaga, la jefa de Begoglio en el laboratorio que pertenecía a las Madres de Plaza de Mayo. Con todo lo anterior, lo que quiero significar es que Bergoglio fue un hombre valiente e instruido políticamente. Durante su pontificado su obsesión fue alcanzar la paz, que no llegó a ver establecida. A causa de la multitud de conflictos locales que tuvieron lugar durante su pontificado, Francisco habló de "una Tercera Guerra Mundial a trozos".
Lo más fascinante del análisis político que realiza Francisco en su Autobiografía es lo que se refiere a la salud de las democracias. Lo hace casi al final del libro cuando dice que "tampoco la democracia, por la que lucharon nuestros abuelos en muchos lugares del mundo, parece gozar de buena salud" (pág.309). Es interesante la explicación que da para justificar su afirmación : "Expuesta como está a una virtualización [¿apariencia?] que sustituye la participación y la vacía de significado" (pág.310). Continúa el Pontíifice: "Hay que concebir nuevas formas de participación real, que no sean adhesiones a planteamientos populistas o la idolatría del candidato de turno" (pág.310). Concluye con la necesidad de "colocar de nuevo al hombre en el centro de la actividad política" (pág.310) y lo explica así: "El mundo solo se puede cambiar desde el corazón" (pág.314).
El autor desarrolla estas ideas en el capítulo 3, cuando critica el nacionalismo exagerado y la xenofobia, y en el capítulo 24, que lleva por título "Los días mejores están por venir" (pág.299). Evidentemente, el pensamiento político de un papa no tiene valor dogmático, pero no se puede negar que cuando Francisco escribía estas cosas, le avalaban la experiencia y la inspiración cristiana.
Juan Ignacio Encabo Balbín
Francisco, Esperanza. Autobiografía, Plaza y Janés, 2025.