Para la historia de las ideas y la historia de la teología los libros de memorias tienen un interés muy particular pues no solo recogen las respuestas teológicas a las cuestiones del momento histórico, sino que proyectan esas preguntas y respuestas en franjas amplias de tiempo y de espacio, de modo que tanto el recuerdo como las respuestas están mucho más precisadas y aportan mucho más al desarrollo del discurso teológico.
Es indudable que las memorias de Henri de Lubac han causado un gran impacto entre los teólogos, pero mucho más entre los historiadores de la teología pues han puesto en claro la relación confianza-desconfianza de determinados censores y acerca de la teología punta de los años previos al concilio Vaticano II.
La principal conclusión de este trabajo es que el fenómeno de la contestación que tuvo lugar de modo alarmante y a la vez extendido en el mundo entero, puede entenderse, en cierto modo, como un fenómeno de acción-reacción al fenómeno de la sospecha y a la crítica exagerada debidas al miedo cerval que se extendió en muchos ambientes al rebrote del modernismo aparentemente desaparecido tras la encíclica “Pascendi” y el derecto “Lamentabili” de san Pío X.
Lógicamente Henri de Lubac aprovecha este trabajo para ajustar cuentas con algunos que le criticaron y produjeron sospecha sobre su persona, su docencia y su obra durante los años anteriores al Concilio. Hay que reconocer que lo hace sin “extravincere” y bastante delicadamente para lo que realmente supuso para él vivir como a escondidas y ver sus obras vilipendiadas.
Asimismo, el trabajo puede considerarse como una fuente interesante para la historia de la Teología y expone con toda claridad, como la verdad acaba imponiéndose siempre y solo hace falta continuar por el camino exacto que es la fidelidad a las Fuentes de la revelación: la Sagrada Escritura y la Tradición y al magisterio solemne de la Iglesia.
La cuestión de fondo que se trataba de trasformar era nada menos que el método escolástico de hacer teología y las llamadas escuelas teológicas. Hemos de agradecer a Ratzinger, de Lubac, Philips, Olegario, Illanes, Rodríguez y tantos teólogos del siglo XX el haber escrito una teología con un método nuevo y rejuvenecido tras el concilio Vaticano II.
El libro podría resumirse con la escena de la aprobación de uno de los libros de Henri de Lubac, “Corpus mysticum” revisado por teólogos de toda solvencia, que llega a la curia de los jesuitas 15 años después de su primera edición para ser reeditado y que finalmente al ser entregado en el dicasterio correspondiente respondieron diciendo que no bastaba con cambiar esa cita o aquella otra cosa: “el libro debe ser profundamente cambiado” (168).
José Carlos Martín de la Hoz
Henri de Lubac, Memoria en torno a mis escritos, Encuentro, Madrid 2025, 548 pp.