Hélène es una joven
judía de 21 años, francesa, vive en París. En su diario
cuenta sus idas y venidas, sus amistades, sus amores. Sus estudios y su
música, es violinista. Todo parece muy normal pero poco a poco se
adivina la guerra, la ocupación nazi. De pronto un decreto que obliga a
llevar la estrella amarilla a los judíos. Después será la
obligación de viajar en el último vagón del metro. Y luego
las redadas y las deportaciones.
Este diario nos permite vivir los
trágicos acontecimientos como si estuvieran ocurriendo. No hay ninguna
reflexión posterior. La perplejidad ante la barbarie, en una joven
universitaria que escribe con destreza. Una joven muy sensible, como lo son los
artistas y las personas cultas. Que no puede entender lo que está
pasando. Todo queda reseñado en esas líneas sorprendentes. Se ha
escrito muchísimo sobre toda aquella masacre absurda, pero en este caso
nos lo cuentan en el día a día.
Podríamos decir que Hélène
desnuda su alma, pero es que en realidad no escribe para el público.
Cuando sus consideraciones son más profundas, cuando deja de ser un
diario que constata algunos hechos, para ser un diario que expone impresiones,
explica que quiere escribir lo que siente para que pueda leerlo su novio, en el
frente, a quien no sabe si volverá a ver.
Una mujer apasionada, creyente, generosa,
enamorada de París, que reflexiona sobre la vida y sobre la muerte. En sus
sentimientos más íntimos, enfrentada irremediablemente a la
muerte que la rodea en sus correligionarios, en sus amigos, manifiesta con
precisión sus sentimientos más íntimos. Y no queda
más remedio que compadecerla, porque siendo una mujer buena, y que busca
a Dios, sin embargo no tiene una respuesta para el sufrimiento ni para la vida
eterna. Se hace especialmente patente su fe en Dios tan distante a la cristiana,
tan necesaria en esos momentos de su vida.
Además surge en varios momentos una
animadversión por los católicos. Juzga su pasividad. Considera
que la jerarquía debería haber reaccionado de manera más
fuerte ante semejante persecución. Desde su posición, muy
particular, sin noticias, más que de vez en cuando, parece arriesgado
emitir juicios reprobatorios. Pero es evidente esa distancia con los
católicos, con la fe católica, que le lleva incluso a quejarse de
la seguridad que ellos tienen en la vida eterna, como si fuera una frivolidad.
Judía por familia, francesa de nacimiento,
se siente de ellos pero hasta cierto punto. Comenta en una ocasión su presencia en la
sinagoga, es indudable que tiene a Dios de fondo en sus miedos y esperanzas,
pero no está de acuerdo con los movimientos sionistas que embriagan a
sus hermanos. Tiene una visión más universal, más libre, y
no está dispuesta a cerrarse en un estado judío. Su vida y su
futuro está en París, y ese mismo sentimiento, y la dignidad de
no huir, la ponen en peligro cierto de ser apresada.
Con un carácter extraordinario, valiente y
decidida, manifiesta en su diario la exigua certeza que le proporciona una fe que
no la lleva a la
alegría. En pocos escritos podemos encontrar la
sinceridad que con Hélène manifiesta
sus sentimientos.
Es de un gran interés la lectura de esa
páginas rescatadas del olvido mucho tiempo después de ser
escritas, que muestran mejor que cualquier reflexión de los
acontecimientos, por espectadores posteriores, o que cualquier novela o
historia –recuerda a "Suite francesa" de Nemirosky-,
aún escritos por los protagonistas recordando con el tiempo los
acontecimientos.
Ángel Cabrero Ugarte
Hélène Berr
(2009) "Diario",
Barcelona, Anagrama 2009