Historia de la vida

 

Decía Loasi, el famoso teólogo modernista francés de comienzos del siglo XX con toda su mala intención que Jesucristo había anunciado, solemnemente la llegada del Reino de Dios y lo que vino fue la Iglesia.

En efecto, hay que reconocer que en esa afirmación hay una parte de verdad, puesto que el verdadero y final Reino de Dios, es decir, los cielos nuevos y la tierra nueva, llegarán indudablemente pero al final de los tiempos y, hasta entonces, Jesucristo se marchó junto al Padre y, a la vez, se quedó con nosotros, pues se fue y, a la vez, permaneció para regir a su esposa la Iglesia en el Espíritu Santo.

A la vez, reconozcamos que la Iglesia es sencillamente real pues no estamos hablando de mitologías ni de utopías. La presencia real de la Iglesia en la historia es una señal clara del cruce de lo finito con lo infinito, de lo terreno con lo espiritual, de lo natural con lo sobrenatural.

Tanto la Sagrada Escritura y la tradición de los Padres entregada al magisterio de la Iglesia, está llena de sano realismo pues hemos de tener la cabeza en el cielo y los pies en la tierra: como afirmaba san Josemaría “los sacramentos son la huella de Cristo en la historia”. Esto es sencillamente real y sobrenatural.

Efectivamente, el propio Loasí afirmaba que la religión era una ilusión, algo vaporoso, un invento de la primitiva comunidad cristiana, por tanto, adaptable y maleable a los tiempos y a las necesidades espirituales de los hombres.

Se equivocaba radicalmente nuestro amigo pues la Revelación cristiana es mucho más es  “locutio Dei ad homines”, y en su plenitud es ciertamente Jesucristo: verdadero Dios y verdadero hombre, por tanto, Dios de vivos y no de muertos. De ahí la importancia de vivir la vida junto a la Vida.

Una consecuencia inmediata de lo anterior es que el cristianismo nunca pasará de moda, ni quedará obsoleto, puesto que Cristo es el autor de la vida, de toda vida, de ahí el respeto que nos merece el don de la vida, de toda vida.

A la vez, siempre deseamos conocer más y mejor la vida de Jesucristo y de los que le trataron en los tres años de su vida pública. Deseamos como ellos que prenda esa vida y contagiar esa vida. Caminamos juntos con Jesucristo hacia el cielo notando claramente, el aliento del Resucitado. De hecho, no tiene sentido cambiar nada de la Revelación sino vivirla en plenitud y aprender a aplicarla a la vida.

Cuando hablamos de la creación con el creador y buscamos juntos conocer las leyes de la naturaleza, sabemos que eso solo tiene sentido para llevar a cabo la perfección del mundo creado. Desde que Dios infundió el alma cristiana y, con ella, toda la capacidad de abstraer, entonces el dominio de la naturaleza por parte del hombre se desarrolló de manera exponencial hasta el final.

José Carlos Martin de la Hoz