La figura de Jesucristo recogida en los escritos de la
primitiva comunidad cristiana es, desde siempre, objeto constante de atención.
A esos textos, tanto a los canónicos, como a los correspondientes a la
primitiva literatura cristiana conviene acercarse con veneración, pues forman
parte de la vida de millones de personas. Además, hablar de Jesucristo en
profundidad requiere hablar con Cristo. Cobra aquí sentido aquella exclamación
de Fray Angélico: ¡quien quiera pintar a Cristo, debe vivir con Cristo!".


            En esos textos hay fe, hay vida y hay historia. Como
resaltaba el Cardenal Ratzinger: "Si la creación está pensada como un espacio
para la Alianza, como el lugar de encuentro entre Dios y el hombre, esto
significa también que se ha concebido como un lugar para la adoración"(p.64). En el hoy, en cada instante, si el hombre abre su
alma puede darse el encuentro con Dios. Como resaltaba un padre de
la Iglesia S. Máximo de Turín (+465): "Para El todo el tiempo es un
hoy. Por eso dice el Santo Profeta: ‘a sus ojos, mil años son como un día’. Por
consiguiente, si todo el tiempo es un solo día para el Señor, en ese mismo día,
nuestro Salvador ha obrado para nosotros, cuanto hizo en otro tiempo para
nuestros Padres" (Homilía De Die Sanctae
Epifanae
, 102, 1-2, CCL, 23,204).          


            Leer la Sagrada
Escritura
como si
fuera simple literatura antigua es correr el riesgo de caer en un
reduccionismo. Así lo expresaba Daniel Rops, hablando de la interpretación de Celso
sobre la muerte de Cristo en la Cruz: "Cuando Celso, el polemista anticristiano
del siglo II, se burló de ese Dios tan extraño que gemía y se lamentaba en vez
de manifestar su fuerza por un milagro sobre sus enemigos, confesó lisa y llanamente
que no había comprendido nada del cristianismo" (p.472).


            A este respecto señalaba Benedicto XVI en su libro sobre
Jesús de Nazaret:
"Hoy
en día se somete la Biblia a la norma de la denominada visión moderna del
mundo, cuyo dogma fundamental es que Dios no puede actuar en la historia y que,
por tanto, todo lo que hace referencia a Dios debe estar circunscrito al ámbito
de lo subjetivo"(p.60). Y añadía poco después: "La
arrogancia que quiere convertir a Dios en un objeto e imponerle nuestras
condiciones experimentales de laboratorio no puede encontrar a Dios"
(p.62).


            Es interesante descubrir que lo que ya decía, hace años,
decía Daniel Rops: "Cuando un crítico se ve llevado a declarar sospechosos
todos los textos que le incomodan, quien se siente incómodo es el lector"
(p.318). Y más adelante: "A los hombres les cuesta bastante trabajo comprender
lo que les desagrada" (p.377).


            Así resumía Rops la exégesis en boga de su tiempo: "El
método histórico suele ser decepcionante y tendencioso; decepcionante porque
acaba negando todo. Tendencioso porque niega toda realidad sobrenatural: ‘todo
hecho milagroso es, demasiado a menudo, por definición declarado inadmisible y
rechazado" (p.595).


 


José Carlos Martín de la Hoz


 


Daniel ROPS, Jesús en su
tiempo
, ed. Palabra, Madrid 1999.


Joseph RATZINGER, El espíritu de
la liturgia
,
ed. Cristiandad, Madrid 2007.


Benedicto XVI, Jesús
de Nazaret
, Ediciones B, Barcelona 2007