Historia y leyendas de la Iglesia

 

Comencemos por explicar el título que hemos puesto a estas palabras: leyenda viene de “Legendus”, que puede significar “las cosas que han de ser leídas”, como el libro de “La leyenda dorada” de Santiago de La Voragine, o sencillamente leyenda, es decir, un hecho histórico deformado a nuestro antojo.

Los historiadores, desde la ilustración buscan objetivar con todo rigor las leyendas que todavía siguen circulando para quitar las exageraciones que contengan o la animadversión que encierran y devolver a la historia a su verdadero fin: ser maestra de vida y no un instrumento para engañar, ni un arma arrojadiza o un “lugar común denigratorio”.

Inmediatamente, recordemos que para entrar en la historia y aprender de ella, debemos empezar por situarnos en el contexto adecuado, en la mentalidad de la época, en las coordenadas espacio temporales, es decir, debemos evitar los anacronismos con los que algunos juzgan el pasado con la mentalidad actual. Por ejemplo, el valor más importante en el siglo XVI era la fe, pues la mortandad infantil era muy alta y la esperanza de vida tan escasa que el libro más vendido de la época, además de la Sagrada Biblia eran los “ars moriendi”. Ahora que el valor más importante es la libertad o tener un empleo, conviene tenerlo en cuenta.

Conviene, por ejemplo, ser indulgentes con nuestros antepasados y comenzar por intentar comprender, antes de jugarles duramente, cuales fueron los argumentos para actuar del modo con el que lo hicieron. Por ejemplo, ante el número tan grande de guerras que hubo en Europa durante todo el siglo XX, podemos pararnos a pensar y concluir que quizás “no encontraron otro sistema para arreglar sus problemas”, precisamente, por estar apresados por las ideologías.

Precisamente la fe cristiana nos ha ayudado a superar el fatalismo griego y a descubrir que existe vida detrás de la muerte y que hay pocos hechos inevitables y que el hombre siempre es capaz de superar “los ciclos de la vida” para terminar por hacer progresar el mundo porque está dotado del don de la libertad, ensombrecido por el pecado original, pero suficiente para dar gloria a Dios.

El santo Padre san Juan Pablo II el 12 de marzo de 2000, delante de un impresionante crucifijo del siglo XII pidió perdón por todos los pecados de todos los cristianos de todos los tiempos y, especialmente, por el uso de la violencia para defender la fe. Es decir, la Iglesias es santa e inmaculada porque es la esposa de Jesucristo y los hombres somos pecadores llamados al amor de Dios.

Los contemporáneos tienen derecho a pedirnos, por tanto, unidad de vida y rectificar nuestras incoherencias, como cada cristiano está obligado a hacer un examen diario de su coherencia de fe y vida. Asimismo, hemos de saber presentar el bien inmenso que realizan los cristianos del mundo entero, pues es de justicia dar gracias a Dios que obra tantos beneficios a los hombres a través de la Iglesia.

José Carlos Martín de la Hoz

Madrid 15 de noviembre de 2023