Hombres y mujeres de siempre

 

Pocos  hombres de toda la vida, pocas mujeres de las de siempre nos encontramos por nuestro camino. Por eso nos da alegría, nos sentimos más tranquilos, cuando las conocemos, gente sana, que sabe lo que es amar y sabe lo que es la familia. Esos que todavía distinguen entre novia, esposa, amiga, y que no hablan de pareja para todo.

Bauman ya nos advertía: “En una cultura en la cual esas cualidades son raras, también ha de ser rara la capacidad de amar. (…) Y ciertamente lo es en una cultura de consumo como la nuestra, que da preferencia a los productos que están ya listos para ser usados al momento, pero también a las soluciones rápidas, a la satisfacción instantánea, a los resultados que no requieren de esfuerzos prolongados (…) La promesa de aprender el arte de amar viene a ser la promesa (falsa y engañosa, pero que no por ello deseamos menos que sea verdadera) de hacer de la “experiencia amorosa” un artículo de consumo a semejanza de otros artículos de consumo”[1].

Ahora, bien lo sabemos, apenas hay noviazgo. “Vuestras miradas se encuentran a través de una estancia llena de gente; surge la chispa de la atracción. Charláis, bailáis, reís, compartís una bebida o un chiste, y casi sin daros cuenta, uno de vosotros pregunta: ¿en tu casa o en la mía? Ninguno de los dos andáis buscando nada serio, pero, sin saber cómo, una noche puede convertirse en una semana, y luego en un mes…”[2].

Pocos noviazgos pero los hay y es un gozo encontrarlos porque ellos serán los padres y abuelos del futuro. Los demás, los que juegan, no llegan a nada, se quedarán en su egoísmo.

Releyendo “Feria” me río con las experiencias de Ana Iris, de su juventud: “Concluimos, extasiadas y con un gato acostado entre nosotras en un sofá que no era nuestro, sino de Jaime, que queríamos tener hijos y poder cuidarlos, no pagarle cuatrocientos euros al mes a otro para que los criara, y en que para gustar los hombres tienen que hacer pero a nosotras nos basta con ser y en la posibilidad de que toda mujer ame a un fascista como escribió Sylvia Plath y en que Silvia Plath también escribió que se preguntaba si no era mejor ‘abandonarse a los fáciles ciclos de la reproducción y a la presencia cómoda y tranquilizadora de un hombre en casa’, así que a ver cuánto tardaban en mandarla a la hoguera”[3].

Ahora expresar lo de siempre es, prácticamente, un delito. Esta sociedad nuestra es permisiva para lo que quiere, pero no permite que se manifiesten las verdades de siempre, las que tienen que ver con la naturaleza de las cosas. Pero siempre hay quien sigue hablando con cierta claridad. “Decir que ya no quedaban hombres, que estábamos rodeadas de críos de treinta años, era tan fácil como decir que no quedaban mujeres. Eso, de hecho, lo escribió Pérez Reverte en un artículo y lo llamó ‘Mujeres como las de antes’ y la verdad es que hacía un poco de risa y le quisieron mandar a la hoguera por enésima vez”[4].

Existen y además son notorias esas mujeres y esos hombres que entienden el matrimonio y la procreación. Son notorios porque las joyas brillan, sobre todo en una sociedad en tinieblas.

Ángel Cabrero Ugarte

 

[1] Zygmunt Bauman, Amor líquido, Paidós 2018, p. 25

[2] Amor líquido, p. 29.

[3] Ana Iris Simón, Feria, Círculo de tiza, 2020, p. 98

[4] Feria, p. 158