Identidad matrimonial

 

Durante estos últimos años, seguramente debido al progresivo avance y difusión de la ideología de género, se ha producido en el seno de la aldea global en la que vivimos, un intenso debate antropológico y social, acerca de la identidad y el género, tanto en los medios de comunicación, como en el seno de las comunidades, familias y en los observatorios sociales.

Como contrapartida también se ha avanzado enormemente en los planteamientos antropológicos y vitales, tanto para verbalizar, como para sustanciar, actualizar y ejemplificar la veterana figura del matrimonio y de la familia.

Efectivamente, ya se habla con toda naturalidad del fundamento del matrimonio y la familia en la “entrega de sí”, en algo tan radical como “la coexistencia donal” y, por tanto, en la constitución de una verdadera alianza que hace corresponsables a los matrimonios de la historia humana y del cuidado de la Naturaleza y la Vida, es decir un proyecto apasionante y apasionado.

Indudablemente, hemos de hablar con renovado esfuerzo sobre el fundamento del amor y de la familia que funciona  pues solo así ese proyecto responderá adecuadamente al problema real del amor que radica en la inconstancia y en la capacidad de rutinizar la existencia que radica en el corazón del hombre y que solo puede solventarse mediante la conversión constante en la donación.

Muchos de los nuevos modelos de familia que propugna la ideología de género son tan extraordinariamente que imposibilita resumirlos ahora, pues el fundamento de todos ellos radica simple y llanamente en el libre albedrío, por tanto, solo hay “capacidad de elección”, de ahí que fácilmente con el paso de los días puedan convertirse en relaciones efímeras, donde aparezcan las leyes del capricho.

Precisamente, hace muy pocos años hemos celebrado el aniversario de la revolución del 68 y hemos releído los textos que se redactaron y que dieron la vuelta al mundo, hemos visto la revolución a cámara lenta con extraordinarios documentales, hemos revivido la figura de los hippies, de los viajes a la India, de jóvenes que buscaron la felicidad en el sexo libre, las comunas, el anarquismo de “que paren el mundo que me quiero bajar”. Los que vivimos todos aquello y los que han podido documentarse al respecto, solo pedimos una cosa: que respetemos la dignidad de la persona humana y la libertad. No es mucho pedir, pero en democracia esto es capital.

Hay un sexto sentido en el ser humano que le lleva a superar las dificultades, peligros y las crisis de la vida, así como a descubrir que él mismo es fruto de la donación total de sus padres que, aprendieron a entregarse cada día y a amarse cada día, y supieron pasar por encima de los defectos y del aburrimiento, hasta lograr crear un hogar donde ellos se sintieron queridos, seguros y aprendieron a ser persona.

Efectivamente, con lo que habían aprendido ya tenían una hoja de ruta para construir familias que funcionan y que trasmiten de generación en generación esa ciencia del hogar al que siempre se vuelve, donde los mayores trasmiten la sabiduría a los jóvenes, y ellos a la siguiente generación.

José Carlos Martín de la Hoz