Iglesia y democracia

 

El papa Benedicto XVI, en los primeros e intensos días del comienzo de su extraordinario pontificado (2005-2013), en los que devolvió la paz a los corazones inquietos y confirmaba, con sus palabras y seguridad, a los obispos, sacerdotes, religiosos y pueblo fiel, en la fe de siempre y, de ese modo, al devolverles la esperanza, subrayaba muchas veces dónde estaba el verdadero enemigo: la dictadura del relativismo.

En efecto, gran parte de la insidiosa persecución contra la Iglesia Católica, en estos últimos años, ha sido intentar descafeinar la fe cristiana, vaciarla de verdad y seguridad de criterio y convertirla, de hecho, en una vaporosa espiritualidad, sin fundamento doctrinal, ni seguridad de criterio moral.

La otra línea de constante ataque y animadversión contra el catolicismo, por parte de los grupos de presión intelectual en boga, ha sido mostrar a la Iglesia como incompatible con el relativismo inserto en la democracia, como su fuera su ADN más característico y representativo.

Precisamente en el libro del profesor Royal que deseamos ahora recordar, se muestra cómo las páginas más lúcidas e interesantes de la historia cultural y antropológica humana, han sido redactadas en la armonía de la interacción dinámica de la fe, la razón y la libertad humana.

Así pues, en la parte fundamental del trabajo, se refiere a los principios antropológicos, morales y éticos que aportan los cristianos en los debates políticos y culturales sobre los que se construye la democracia. Una cosa es hablar y llegar al entendimiento de la verdad sobre Dios, el hombre y la naturaleza y, otra muy distinta, pensar que no existen verdades en esos ámbitos y que la democracia es la pura aritmética de los pactos, porque nadie cree en nada y todo sería relativo.

En los últimos capítulos del trabajo se centrará en las relaciones entre democracia y religión. En primer lugar, destacará que para que la democracia funcione son necesarios dos elementos: “buenas instituciones que garanticen el control del poder y una visión de la vida humana capaz de explicar de manera creíble la fe democrática en la dignidad de la persona humana, porque no todos los deseos individuales rubricados bajo la voz libertad son buenos para los individuos o para lo sociedad libre” (170).

Seguidamente, recordará cómo la religión y específicamente la tradición judeo-cristiana del occidente se ha adaptado perfectamente a cumplir los requisitos antes señalados y ha servido de verdadero faro orientador para las conciencias de quienes vivimos en la democracia.

Precisamente en los momentos en que desde algunos ámbitos se está atacando a la Iglesia, enarbolando leyendas negras para conseguir que se desconfié de ella y presentándola como enemiga de la libertad, Royal, nos recuerda que sin la Iglesia católica no habríamos llegado a los niveles de cultura y racionalidad en los que se apoya la democracia.

En conclusión, señalará Royal: “Dios no ha fallado, ni fallará” (170). Es decir, seguirá iluminando, a través de las conciencias y la palabra de los hombres para desarrollar la solidaridad y la caridad. Estará siempre en el momento de la construcción del  bien común para lograr una sociedad justa y solidaria, en la que donde el desarrollo sea acorde con la dignidad del ser humano.

José Carlos Martín de la Hoz

Robert ROYAL, Il Dio che non ha fallito, Rubettino, Catanzaro 2008, 385 pp.