Iglesia y secularización

 

Al término del Concilio Vaticano II, el teólogo e historiador Jean Danieolou, invitado por el Arzobispo de Burgos, pronunció una serie de conferencias en la Facultad de Teología del Norte de España, sobre uno de los problemas teológicos más importantes de aquel momento y de la actualidad: la relación entre la Iglesia y la invadiente secularización.

En efecto, la raíz modernista había rebrotado y penetrado tanto en algunos sectores como la verdadera hermenéutica del Concilio, que parecía entonces no sólo llevar al traste la teología, sino el propio concepto de Iglesia.

Las palabras del historiador francés sirvieron entonces para dar seguridad y confianza en Dios y en la sobrenaturalidad de la Iglesia por Él fundada, a los oyentes y lectores del trabajo que ahora recordamos y sirvieron para apuntar los límites de semejante interpretación y sus nefastas consecuencias.

Años después, podemos releer aquellas clarificadoras palabras, como un jalón en la historia de la teología, cuando en realidad deberíamos descubrir en ellas la providencia ordinaria de Dios y la acción vivificadora del Espíritu Santo hablando a través de un valiente defensor de la verdad: “un hombre en el que no hubiera una cierta experiencia religiosa sería un hombre incompleto, un hombre al que faltaría algo para realizar la imagen de un humanismo integral. Creo que sobre este punto es necesario que la posición de los cristianos sea de una firmeza inquebrantable. Respetamos a los ateos, pero no respetamos el ateísmo” (15).

Inmediatamente, hemos de recordar, con Danielou, la necesidad de una expresión personal, intima de nuestra fe, con un trato con Dios abierto, sincero y trascendente; no solo al rezar, sino sobre todo al vivir: convertir en oración, en alabanza a Dios y en santificación la propia vida: “Pero también es claro que la religión no es simplemente un hecho individual, sino también un hecho social” (17).

El cristiano debe vivir y enseñar a vivir en unidad de vida como decía san Josemaría Escrivá de Balaguer, de modo que es cristiano en donde esté y ha de iluminar el mundo desde dentro con su fe y su ciudadanía, construyendo codo con codo la nueva civilización que está surgiendo.

 Aunque la teología católica nos recuerda que “puede haber formas de pertenencia a la Iglesia que no sean la incorporación a la Iglesia visible, y que Dios tiene medios para llevar a la salvación a los paganos de buena voluntad” (29). También, la experiencia de la intimidad con Jesús nos impulsa a hablar de Jesús con calor, con experiencia propia y arrastrar a la felicidad a muchas almas: esto es esencial, lo demás se llama egoísmo.

Finalmente, nos insiste con palabras de san Pablo en “Tener los mismos sentimientos que Cristo en la cruz” (Filip 2,5). Y es que, si queremos ser santos, en definitiva, seremos pocos, pues la levadura es pequeña comparada con la masa. Y lo importante es que esos pocos no se enfríen. Así pues, dirá Danielou: “hay que defender a la gran masa del pueblo cristiano. Habrá que invitarla constantemente a una ascensión espiritual. Pero no podemos incurrir en la tentación del rigorismo, echándola fuera de la Iglesia” (37).

José Carlos Martín de la Hoz

Jean Danielou, Iglesia y secularización, ed. BAC, Madrid 1973, 209 pp.