Iluminar el mundo desde dentro

 

Con este expresivo título denominaba san Josemaría Escrivá de Balaguer la tarea que Dios Nuestro Señor había encomendado realizar al Opus Dei, fundado unos años antes, el dos de octubre de 1928, de la celebración del Concilio Vaticano II, donde mediante la Constitución Lumen Gentium, se había proclamado solemnemente la llamada universal a la santidad de todo el pueblo cristiano.

Es muy interesante que el Espíritu Santo iluminara al Fundador del Opus Dei en fecha tan temprana, pues de ese modo cuando en 1967 fuera proclamada solemnemente en la Lumen Gentium n. 11, la llamada universal a la santidad, ya hubiera personas del Opus Dei que buscaran la santidad en el trabajo ordinario en los cuatro puntos cardinales; hombres y mujeres, de todas las edades posibles, clases sociales, profesiones, culturas y razas.

Es decir, la decisión de la llamada universal a la santidad de la totalidad de los hombres bautizados, no partía de un despacho cardenalicio, ni de un gabinete de comunicación, ni era el resultado de un Think-Tank, de ideas, sino que era un clamor universal de felicidad y de alegría apostólica, un síntoma de lo que denominaba Pablo VI: “la perenne juventud de la Iglesia”. En palabras de san Josemaría acerca de la Iglesia: “camina sobre la tierra con paso firme y seguro, abriendo Ella camino” (23).

Es más, el Espíritu Santo, desde el comienzo de la vida de san Josemaría en el Opus Dei, le impulsaba a que, al explicar la fisionomía que él había querido para su Obra, el espíritu del encuentro de santidad con Dios en medio del mundo, fuera haciendo constantes referencias, todas las que debía, incluso en las realizaciones más prácticas, para pensar y ver el espíritu de la Obra como la vuelta a la vida y al quehacer de santidad de los primeros cristianos.

En ese sentido el Fundador de la Obra resumía el espíritu del Opus Dei en una fórmula magistral: santificar el trabajo, santificarse en el trabajo y santificar a los demás con el trabajo: “la vocación profesional es no sólo una parte sino una parte principal de nuestra vocación sobrenatural” (44).

En las tres rasgos vigorosos de la santidad en el Opus Dei, san Josemaría predicó ir siempre por delante, de modo que cuando él afirmaba en su humildad que el dos de octubre de 1928 sólo tenía 26 años, la gracia de Dios y buen humor, no había añadido una idea clave: todo lo que predicaba era creíble pues se veía la santidad con la que se mostraba su ministerio sacerdotal, von la que difundía santamente la llama de Dios al amor en almas de toda clase y condición y cómo se había ido él mismo enamorando de Dios en la tarea del Opus Dei.

Parecía que no había nada y, en realidad, estaba lo más importante; el regalo de Dios de la santidad de san Josemaría. Como siempre desde el comienzo de la Iglesia y desde la irrupción de Cristo vivo en el mundo: la santidad llama a la santidad: “el cristiano que vive, nativamente, en las condiciones propias de la secularidad” (68).

José Carlos Martín de la Hoz

José Luis Illanes, La santificación del trabajo. El trabajo en la historia de la espiritualidad, ediciones Palabra 2001, 202 pp.