Instante y libertad en Montaigne

 

Rachel Bespaloff (1895-1949), es una de tantas intelectuales europeas del siglo XX que sufrieron la persecución de la revolución comunista rusa y después la de Hitler, pues pertenecía a una familia ucraniana de origen judío que emigró primero a Ginebra y desde allí hasta South-Hadley (Massachusetts) en el año 1942, de acuerdo con los ritmos que marcaba la diáspora de los judíos en los tiempos del exterminio nazi.

Precisamente, vamos a detenernos hoy en la interesante lectura del trabajo de Rachel Bespaloff, acerca del tantas veces leído Montaigne (1533-1592) y sus Ensayos, lo que produce un impacto puesto que ella escribía sobre lo que leía y editaba unos textos apasionados y lúcidos, eso sí siempre críticos que denominaba “notas”. Resulta luminoso saber que siete años después de llegar a Estados Unidos, se suicidaría, de “puro cansancio” (17). En su caso, habría que decir de depresión.

El título y el enfoque que nuestra autora desea trasmitirnos de la obra de Montaigne lo resumirá ella misma en el propio título del trabajo: el “instante y la libertad en Montaigne”. De hecho, anotará en las primeras páginas:  “Por debajo del instante de las conversión -instante por excelencia, puesto que lleva al paroxismo la paradoja de la libertad que todo lo puede y no puede nada-, Agustín sitúa los momentos de éxtasis atento en los que el alma recibe la premonición de la paz eterna” (39).

Inmediatamente, anotará, quizás lacónicamente que, si cambiamos el concepto de vocación celestial, por vocación terrenal, tendríamos la diferencia entre el “instante” de san Agustín y el “instante” de Montaigne. De ahí que magníficamente añadirá nuestra autora en una perfecta comparación: “Agustín desdeña el refugio que le ofrece, mas allá de la historia, el éxtasis unificador de la mística plotiniana, Montaigne, a su vez, no busca ningún éxtasis sensible que le cure la enfermedad de la existencia” (40).

Efectivamente, para Montaigne lo más parecido al arrobamiento místico que acaba de narrar Agustín es el recuerdo del que recupera la salud: “A qué punto la salud me parece más bella tras la enfermedad, tan cercana y tan contigua que las puedo reconocer una en presencia de la otra con su mejor acompañamiento” (41). Es interesante que nuestra autora reconozca: “Montaigne fue el primero en sustituir la idea religiosa de lo eterno por la idea poética de lo imperecedero” (42).

Seguidamente, se referirá Bespaloff a los tres elementos que componen el éxtasis según San Agustín: la “visión, la atención y la gracia”, para trasponerlos al registro de la inmanencia de Montaigne. Pues de hecho, Agustín “ama en Dios una luz que no tiene límites (…) unas melodías que no se las lleva el viento (…) unos perfumes que no disipa el viento (…)  y unos abrazos que no se sacian nunca” (San Agustín, confesiones, X, 9, 270 y ss) (44).

Por el contrario “Montaigne siente vivamente el precio de la luz huidiza, de las melodías perdidas, y de los abrazos furtivos. El instante perfecto es a la vez una llamada del ser que ‘con su único ahora llena el siempre’ (Ensayos, II, XII, 912)” (45).

José Carlos Martin de la Hoz,

Rachel Bespaloff, El instante y la libertad en Montaigne, Hermida editores, Madrid 2022, 129 pp.