En una obra de Dios lo importante no es ver lo que hacen los hombres sino mirar lo que hace Dios. En ese sentido al Fundador del Opus Dei solía afirmar que debían de ponerse los medios sobrenaturales como sino existieran los humanos y los medios humanos como si no existieran los sobrenaturales.

Es conmovedor el empeño que puso toda su vida san Josemaría y los primeros que le acompañaban para sacar adelante el Opus Dei, es decir, la voluntad de Dios de abrir un camino de santificación en la vida ordinaria en medio del mundo, en los quehaceres del cristiano, al estilo y tenor de vida de santidad y de preocupación apostólica de los primeros cristianos.

Evidentemente, es todavía más apasionante comprobar las acciones de Dios, que en muchas ocasiones actuaban en el venero de los medios humanos haciendo notar su mano, pero sin excentricidades ni cosas extrañas. San Josemaría, poéticamente, le llamaba convertir en endecasílabos, verso heroico, la prosa ordinaria de cada día.

Ejemplos concretos de este cruzarse de lo divino con lo humano, de lo temporal con lo eterno de lo finito con lo infinito, de la naturalidad de la conjunción de las obras divinas y humanas, con la misma naturalidad con la que mana el agua de una fuente, podemos encontrarlo en la historia menuda del Opus Dei, donde existen ejemplos muy concretos, prácticos, de los que podemos denominar con toda propiedad como “providencia ordinaria de Dios”.

Vamos a situamos en 1933, en plena segunda República Española, acaba de llegar a España una incipiente democracia llena de ideologías en liza y la calle y la prensa son los dos grandes es el escenario terminarse la dictadura con el fervor de la democracia, de la manifestación pública de problemas políticos, económicos y sociales.

Con estos parámetros podemos ahora centrarnos en la cuestión que deseábamos abordar. Por inspiración sobrenatural y humana Dios le había pedido a san Josemaría en su oración que buscara un piso para poner en marcha la Academia DYA donde se impartirían clases de Derecho y Arquitectura, entonces dos carreras en alza. Además, sería un lugar donde poder impartir los medios de formación, los círculos o clases, preparar las catequesis y visitas a los pobres, etc.

La necesidad de la Academia DYA era ya una urgencia en diciembre de 1933 y aquellos jóvenes que le rodeaban se dispersaron por Madrid en busca de un lugar adecuado. Las pesquisas resultaron infructuosas, por falta de lugares y por los precios.

Una mañana José maría González Barredo un joven catedrático de Física y Química, el más despistado de aquella familia incipiente del Opus Dei, telefoneó a san Josemaría para decirle que esa mañana al salir de la pensión en la calle Luchana 33, esquina Juan de Austria de Madrid, había visto un cartel que anunciaba el alquiler del primer piso y se había detenido a hablar con el portero un momento y por los datos aportados, la solución parecía perfecta. San Josemaría no dudó un instante en dar gracias a Dios, pues se daba cuenta de que Dios enviaba aquella solución como agua de mayo.

José Carlos Martin de la Hoz