La coherencia de los sacerdotes

El problema es de coherencia. Atacan a

la Iglesia, pensamos. ¿Los amigos o los enemigos? Quizá no es muy propio hablar

de enemigos. Hay una clase de personas que no creen en la Iglesia –por razones

diversas que no vamos a analizar ahora- y les parece que las noticias sobre

inmoralidades de los sacerdotes justifican su posición; parece lógico. No

estamos hablando de gentes de otras religiones, creyentes no católicos. Estamos

pensando en los que no creen en nada. Es más, no consideran que se pueda

encontrar ninguna verdad. A sabiendas o no, son relativistas. Y les molesta que

haya quien maneje el concepto verdad con cierta desenvoltura.

 

Las acusaciones de pederastia o

cualquier otro descubrimiento de inmoralidad entre sacerdotes les dan la razón.

Que un cristiano de a pie tenga deslices en su vida no les llama tanto la

atención –es el curioso clericalismo persistente entre los no creyentes- pero

un clérigo cogido in fraganti es una

victoria. Conclusión: los católicos no son coherentes y por lo tanto no son

creíbles. Y tienen cierta razón. En lo que se equivocan totalmente es en la

generalización. Ellos sólo conocen las realidades religiosas mediáticas, que

son las perversas. A cualquier católico normal estas noticias le indignan

porque ellos sí que conocen la realidad de la Iglesia y están inmensamente

agradecidos a tanto bien como hacen los sacerdotes que ellos conocen.

 

Pero al agnóstico de turno que tiene

mala conciencia, porque es incrédulo sobrevenido, le encanta encontrar pruebas.

En la tele decían, con mucho comedimiento, que los obispos están preocupados

con la selección de los aspirantes al sacerdocio. Sin duda. Siempre deben tener

esa preocupación, porque se juegan la vida espiritual de los fieles. Pero no

saben estos no creyentes que eso fue mucho más grave hace 50 años, por ejemplo,

que ahora. Ahora ser sacerdote no conlleva prestigio social ni ganancias, y a

pesar de todo, aunque parezca extraño, los candidatos son de mucha más categoría,

en cuanto a educación y a formación.

 

El problema que descubren ahora los

increyentes es antiguo. Como advertía algún medio recientemente, los delitos han

prescrito en muchos casos, porque las víctimas han tardado mucho en atreverse a

hablar. Pero les da igual que esté un poco pasado porque lo que les
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emociona es la incoherencia. Ellos no tienen

que ser coherentes porque no tienen verdad, pero creen

demostrar la inexistencia de verdades por las incoherencias, y no les falta

razón.

 

Ciertamente los obispos deben estar

preocupados por la elección de los seminaristas. Pero quizá debieran estar

todavía más preocupados por la formación permanente, por el cuidado habitual de

los sacerdotes. ¿Es que es fácil vivir una entrega total a las almas sin un

apoyo constante de sus pastores? ¿Es fácil vivir una vida de piedad intensa y

seria sin acompañamiento espiritual?

 

Los que se frotan las manos con estas

noticias pueden parecer enemigos pero son amigos. Hacer eco de estas

barbaridades debe ayudar a reflexionar sobre los errores graves para evitarlos

de una vez por siempre. Que salgan los trapos sucios es el medio de aprender a

ser mucho más prudente.

 

¿Comprenderán los obispos que deben

cuidar con esmero a todos los sacerdotes de su diócesis? ¿Cómo puede

responsabilizarse un obispo de la atención espiritual de los presbíteros si

tiene 800 o 1000 en su diócesis? ¿No serían más asequibles diócesis más

pequeñas? Formar no es vigilar para que no hagan maldades o abroncar a uno

porque se ha salido del tiesto. Lo que se espera del obispo es amor por cada

uno y formación durante todos los años de su sacerdocio. Si no que no se

asusten luego.

 

Ángel Cabrero Ugarte

C. U. Villanueva