La cristología de los grandes concilios

 

El llamado edicto de tolerancia o edicto de Milán del año 313 marcó en el seno de la Iglesia mucha e importantes decisiones, unas dirigidas hacia el exterior, como fueron, por ejemplo, la aceptación de la carta de ciudadanía por la cual “volvía a haber cristianos en el imperio romano” y, consiguientemente, comenzaron las relaciones entre poder civil y eclesiástico propiamente dichas, que habían de durar hasta el día de hoy con diversas modalidades y tesituras.

El segundo ámbito de decisiones era hacía adentro, en el interior de la Iglesia, pues, en efecto, los viejos cristianos, debían explicar a los nuevos cristianos que entraron en masa en la Iglesia, la verdadera fe de Jesucristo; la que se había creído siempre, en todas partes y por todos los cristianos, según la célebre afirmación del Commnitorium de san Vicente de Lerins, el santo del buen humor.

El deber de traducir a todas las lenguas y a todas las mentalidades del imperio que accedieron a la fe cristiana a la vez, así como a las clases cultas, sacerdotes, intelectuales de la época, es decir, hombres cultos, juristas, senadores y, también, sacerdotes paganos letrados, filósofos y maestros.

En seguida, como tantas veces ha resaltado el papa Benedicto las relaciones fe y razón se acentuaron, porque aumentaron las preguntas, debieron de darse también las nuevas explicaciones, es decir, la búsqueda de las palabras más adecuadas con las que expresar en cada una de las lenguas los misterios de la fe que ya los primeros vivían de un modo natural y sencillo por la fe cristiana recibida y el catecumenado. Benedicto XVI en una célebre conferencia en la Universidad de Ratisbona, explicaba que la teología cristiana con quien buscó el diálogo no fue con los cultos paganos sino con la teología griega. La fe buscaba la razón para expresar los contenidos de la Revelación que había recibido en Jesucristo.

La primera cuestión que se planteaba, era la unidad de Dios y su conexión con la Trinidad: los primeros cristianos vivían la unidad de Dios frente al politeísmo pagano y a la vez en la Sagrada Escritura, aparecían las suficientes escenas y teofanías palmarias donde se mostraba la realidad de que, siendo una sola la naturaleza divina, en Dios hay tres personas; Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.

La segunda cuestión era la unión hipostática; es decir, la unión de la naturaleza humana y la divina en la persona de Jesucristo. La cuestión era muy importante y, sobre todo, afectaba a la sensibilidad oriental de una manera muy clara: ¿cómo podría unirse la materia y el espíritu en la comunión eucarística?

Los grandes Concilios de la antigüedad cristiana, desde Nicea del 325 hasta el III de Constantinopla del 681, lo que hicieron fue dar una respuesta colegiada a esos problemas con fórmulas teológicas.

El Sagrada Escritura, La Tradición, el primado de Pedro, el sensus fidelium, la protección y el auxilio del Espíritu Santos y la santidad de vida de los padres de la Iglesia, lograron las respuestas a las grandes cuestiones que se plantearon.

José Carlos Martin de la Hoz