La esperanza del aplauso

 

En 1969 Josep Ratzinger, antes de ser Papa y de ser cardenal o de ser obispo, escribió estas palabras: “De la crisis de hoy surgirá mañana una Iglesia que habrá perdido mucho. Se hará pequeña, tendrá que empezar todo desde el principio. Ya no podrá llenar muchos de los edificios construidos en una coyuntura más favorable. Perderá adeptos, y con ellos muchos de sus privilegios en la sociedad. Se presentará, de un modo mucho más intenso que hasta ahora, como la comunidad de la libre voluntad, a la que solo se puede acceder a través de una decisión. Como pequeña comunidad, reclamará con mucha más fuerza la iniciativa de cada uno de sus miembros”.

“Será una iglesia interiorizada, que no suspira por su mandato político y no flirtea con la izquierda ni con la derecha. Le resultará muy difícil. En efecto, el proceso de la cristalización y de la clasificación le costará también muchas fuerzas preciosas. La hará pobre, la convertirá en una iglesia de los pequeños. El proceso resultará aún más difícil porque habrá que eliminar tanto la estrechez de miras sectaria como la voluntariedad envalentonada”.

“Pero tras la prueba de estas divisiones surgirá, de una iglesia interiorizada y simplificada, una gran fuerza, porque los seres humanos serán indeciblemente solitarios en un mundo plenamente planificado. Experimentarán, cuando Dios haya desaparecido totalmente para ellos, su absoluta y horrible pobreza. Y entonces descubrirán la pequeña comunidad de los creyentes como algo totalmente nuevo. Como una esperanza importante para ellos, como una respuesta que siempre han buscado a tientas”.

Eran los años posteriores al Concilio Vaticano II y Ratzinger, con visión profunda, veía como la sociedad, en muchos países cristianos, dejaba de sentirse religiosa. Era una constatación preocupante y profética. Así han sido las cosas desde aquellas fechas. Pero junto al empobrecimiento de la sociedad también se profetizaba un crecimiento más profundo, más sincero, más personalizado. Y esto es algo que se palpa ahora en la sociedad española, en muchos ámbitos.

Hace unos días en la parroquia de San Germán en Madrid se celebraron bautizos de adultos. Un buen grupo de personas de edades variadas -desde jóvenes profesionales a personas más mayores- fueron bautizados, recibieron la confirmación y a Jesús en la Eucaristía en la misa de la tarde. La iglesia estaba abarrotada. Los nuevos bautizados no venían solos. Y a cada bautizo se producía un estruendoso aplauso de toda aquella gente que los acompañaba. Me pareció todo un signo del renacer del ambiente católico que profetizó Ratzinger muchos años antes.

Fue un momento verdaderamente emocionante. Eran personas de edad variada, de profesión o de familias muy diversas. Fue una imagen de vida cristiana muy emotiva, muy sentida, profunda. Una imagen nítida del despertar de gentes de ambientes muy variopintos, en contraste con tanto materialismo e inmoralidad como se puede encontrar en cualquier sitio, por desgracia.

Los síntomas del renacer son notorios. Focos diversos de crecimiento en parroquias, grupos cristianos, movimientos, colegios. Quien quiera puede verlo. Y todavía habrá muchos que estén tan lejos, por desgracia, que no se lleguen a enterar de lo que es bueno, de la maravilla que supone vivir cara a Dios.

Ángel Cabrero Ugarte