Uno de los puntos sobre los que se pasa de puntillas en los programas electorales de los partidos que aspiran a representarnos –y en los debates entre sus líderes– es la familia. Sin embargo, se trata probablemente de una de las cuestiones más acuciantes y con mayor repercusión social, cuando los índices de natalidad son bajísimos y el futuro de los servicios sociales está en serio peligro. Algunos ponen gran empeño en sucedáneos, como el divorcio expres, la equiparación del matrimonio natural con otro tipo de uniones…, pero no se dan o no quieren darse cuenta de las graves consecuencias que para el bien común supone una sociedad en la que la familia esté debilitada y desestructurada.

            En Estados Unidos y en Gran Bretaña, sociólogos de destacadas universidades llevan tiempo estudiando las repercusiones de esa crisis –a menudo fomentada por las leyes–, y las conclusiones son claras y preocupantes. Los índices de abandono escolar, de violencia, de delincuencia, de consumo de drogas, de desarraigo, de enfermedades que requieren la consulta del psiquiatra, etc., son mucho mayores entre hijos de hogares rotos o monoparentales que en aquellos en que hay estabilidad. Además, casi siempre la que peor parada sale de estas situaciones es la madre, pues con estas leyes, que algunos consideran progresistas, casi se ha desdibujado la figura del padre, que termina por quitarse del medio.

Por otra parte, está más que demostrado el papel benefactor de la familia en momentos de graves crisis económicas y sociales como las que estamos padeciendo. Una familia numerosa y unida es fuente de solidaridad, de amparo, de sacrificio heroico y desinteresado, cuando es necesario, y mucho ahorra a las arcas del estado, ya de por sí maltrechas.

            La investigadora norteamericana Mary Eberstadt trata de estas cuestiones en Cómo el mundo occidental perdió realmente a Dios (Rialp), libro que se acaba de traducir al castellano y que resulta realmente esclarecedor. Pienso que merece la pena leerlo y darlo a conocer, sobre todo a personas con cierto peso en la sociedad, porque invita a reflexionar un poco.

La autora hace especial hincapié, además, en la importancia que ha tenido la crisis de la familia en el declive de la fe en occidente, que afecta a las diversas confesiones cristianas, algo que no se ha tenido suficientemente en cuenta al estudiar las causas de dicha crisis. Libro riguroso y valiente el suyo, bien estructurado, en el que la autora, además de aportar mucha información y conocimientos, ofrece también algunas pautas para intentar devolver a la familia natural el papel irremplazable que le corresponde para el bien de la humanidad.

Luis Ramoneda