La fe como apertura

 

Cuando concluía el año de la fe, en junio de 2013, que había proclamado Benedicto XVI, el papa Francisco decidió publicar la exhortación apostólica Lumen fidei con su nombre para hacerla completamente suya, como un anticipo de lo que habría de ser característico del nuevo pontificado: la armoniosa continuidad de la fe entre ambos pontificados.

La sustancia de aquel documento estribaba en subrayar con mucha fuerza la luz clarificadora de la fe, la abundancia del gran don de Dios que supone la fe, en la misma línea de la Encíclica “veritatis splendor”, de la esplendidez de la verdad.

En efecto, el profesor Luis Romera desciende a exponer asimismo la fe como apertura a la trascendencia: “una apertura existencial, que se refiere a la mencionada tarea de llevarse a cabo. Por eso, además de intelectual, la apertura es salvífica: gracias a ella se alcanza la realización plena de sí” (94).

Esto es particularmente importante en el ámbito de la educación donde la fe no se debe mostrar como un simple valor cultural o como marca distintiva a modo de credo cerrado frente a otras opciones religiosas, sino una fe educadora del amor y de la libertad en el amor a Dios.

Precisamente, con estas premisas sobre la fe, el profesor Luis Romera, se dirige a los directivos y profesores de la “Institució Familiar d’Educació” de Cataluña, para decirles: “La contiene una luz que nos permite entender y orientarnos en nuestra esencia e historia, ante los desafíos que la existencia conlleva y el enigma que albergamos en nuestra intimidad” (95).

Inmediatamente, añadirá, retomando el hilo de la Lumen fidei y, en concreto, sobre la luz cegadora de la fe: “Con la fe nos abrimos en primer lugar a la verdad de Dios que el mismo Dios nos revela, una verdad que acogemos en su ministerio porque, si bien nos expande la inteligencia y nos eleva a cimas inaccesibles para las fuerzas de la razón humana dejada a si misma, es insondable. La fe, precisamente en la medida en que es encuentro con Dios, nos sitúa ante una verdad cuya luz nos ciega”. Enseguida añadirá la palabra clave del discurso, que es ser contemporáneo: “el misterio de Dios es contemporáneamente luz que esclarece el enigma de la existencia y nos revela la intimidad del misterio divino”.

Finalmente, desciende al contexto educativo: “El carácter propio de la fe lo experimenta de un modo explícito e inmediato quien vive un proceso de conversión, en el que pasa de la situación de aparente luminosidad (propia del que se declara racionalista o positivista), a una en la que constata que con las ideas asumidas no se consigue entender la realidad, ni se penetra en la extraña de la existencia humana (…). El primer desafío de quienes enseñan religión estriba en ayudar a vivir y tomar conciencia de esta apertura. No se puede dar por supuesta en un contexto secularizado como el nuestro, ni siquiera en persona que acuden a la iglesia con frecuencia” (96)

José Carlos Martín de la Hoz

Luis Romera, La inspiración cristiana en el quehacer educativo. Indicaciones desde la filosofía, Rialp, Madrid 2020, 110 pp.