La gran maestra Anna Karénina

Una de las novelas que más

influyó en la narrativa del siglo XIX fue sin duda Madame Bovary de

Flaubert, publicada por entregas en La Revue de Paris en 1856.

Fundamentalmente concebida como una novela moral, esta obra iba a tener

repercusiones más allá de las letras francesas debido a su originalidad, al

tratamiento del adulterio, al realismo de sus plantemientos y a la genialidad

de la prosa de Flaubert. Dostoyevsky recogió su legado para escribir El

Eterno Marido
(1870) y Tolstoy heredó esa misma inquietud en 1877 al

publicar Anna Karénina. En España, con la publicación de Pepita

Jiménez
(1874) y La Regenta (1884), en Portugal con O Primo

Basilio
(1878) de Eca de Queiroz o en Inglaterra con The Mill on the

Floss
(1860) de George Elliot, se plasma el interés por replantear lo

femenino, su papel en la sociedad y en el matrimonio.

El tema de Madame Bovary, como

conoce cualquier lector, es el del adulterio, lo que llevó a Flaubert a ser

denunciado ante la fiscalía imperial en 1857 por ofender a la moral y a la

religión. Lo cierto es que Flaubert dejaba bien claro que era precisamente el

acto de adulterio lo que hacía merecedores de castigo a sus protagonistas,

aunque la sutileza con lo que lo presentaba hubiera llevado a confusiones de

todo tipo.

A primera vista, nos sugiere

Nabokov en su Curso de Literatura Rusa, puede pasar lo mismo con Anna

Karénina si no se hace una lectura atenta de la novela. En realidad hay que

leerla como dos historias paralelas para entender bien el mensaje oculto de la

obra. Por un lado tenemos la pareja formada por Liovin y Kitty y por otro la

adúltera relación entre Vronski y Anna. Esta última terminará fatalmente, pero paradójicamente

no por ser adúltera. La pareja Liovin-Kitty fue calificada por Tolstoy de

cristiana, la relación perfecta, el modelo a seguir. La pareja Vronski-Anna es

la representación de la relación carnal. Liovin y Kitty se aman

trascendentemente, Vronski y Anna establecen una relación basada en la tensión

sexual. Tolstoy es en este juego de dualidades donde se nos muestra más él, en

toda su preocupación moral. Para Tolstoy la moral tiene carácter eterno y por

tanto lo artificial es basar el amor en lo puramente carnal y por tanto merece

su reprobación, cuya plasmación en la literatura es la justicia poética. El

adulterio era frecuente entre la gente de su clase y entendido como un

enamoramiento pasajero, un puro "flirt", no merece gran atención por

parte Tolstoy, que lo contempla como un mal secundario propio de su sociedad

donde cada uno sabe que no es amor sino frivolidad, sin ningún otro fin. Lo

enervante para él era ese tipo de relaciones que confunden el amor con la mera

atracción sexual, el autoengaño de dos adúlteros que basan sus vidas en esa

pasión difícil (imposible) de purificar, que creen que llenará sus vidas más

allá de la felicidad de la institución matrimonial.

El lector contemporáneo puede

tener dificultades en la lectura de la novela debido fundamentalmente a dos

aspectos. Primero, a este referente moral que acabamos de plantear y que hay

que tener siempre en cuenta, latente siempre detrás de cada página. Es muy

normal que la literatura de hoy plantee cuestiones morales en su forma externa

y que los autores, llevados por lo políticamente correcto y sus propias

ambigüedades morales no resuelvan situaciones de trasfondo moral, de modo que

los lectores acepten situaciones abiertamente inmorales como "licencias

literarias" sin entrar en ellas.

Segundo, las largas peroratas

sobre la economía rusa, la gestión de las granjas, etc., que no tienen ningún

sentido desde hace décadas y que ya Nabokov criticaba hace más de medio siglo.

Esto pone de manifiesto que incluso los grandes maestros se equivocan en la elaboración

de sus grandes obras. ¿O no? En realidad Tolstoy lo hacía a propósito, como

cualquier cosa que aparece en una novela, porque el fin de su literatura era

eminentemente pedagógico en lo moral, en lo social, casi en lo político,

entendido esto como la organización de la cosa pública. Tal vez con esta clave,

sí se entienda el porqué de la inclusión de estos discursos, que recuerdan a

veces, salvando las distancias, aquellos "consejos y consejas" que se

intercalaban en los relatos de la época barroca donde cada relato se veía como

una oportunidad para introducir alguna enseñanza moral.

De cualquier forma, el lector

podrá disfrutar de una prosa universal, de un gusto exquisito y de una historia

que aparte de conmover profundamente dejará entrever los entresijos del

pensamiento de Lev Tolstoy.

 

Carlos Segade