La historia de Celia, en este libro póstumo, es conmovedora. Desde luego no había leído ningún relato de tal calidad y de tal verosimilitud sobre la situación de los civiles durante la Guerra Civil española. No se puede decir que sea una novela, pues no tiene ningún tipo de guion sorprendente. No es otra cosa que el devenir de las personas en esa situación tremenda que es una guerra civil, donde los que se matan de modo salvaje son conciudadanos. El relato de Celia es el relato de Elena Fortún, el relato de Encarna Aragoneses, nombre auténtico de la escritora, que vivió esos desastres en su propia carne.

Un libro que merece dos anticipos, un prólogo de Andrés Trapiello y una introducción de Marisol Dorao, quien ha conseguido, con su trabajo y su constancia, la edición de esta obra, perdida durante años. Después de echar un vistazo a estas ayudas, decidí que leería después de la obra tanto el llamado prólogo como la llamada introducción. Aconsejo hacerlo así, pues el escrito de Elena Fortún no necesita explicaciones.

Tanto uno como otro insisten en algo que se percibe en la lectura. Celia no se quiere arrimar a ningún partido. En algún momento el lector piensa que es simplemente consecuencia de la juventud, del desconocimiento. Eso que también le ocurre a Valeriana, la niñera. Pero Celia -que en el prólogo y en la introducción no dudan en identificar con la autora- realmente no está de acuerdo con ninguno de los dos bandos. Es la idea que aparece de la tercera España. Es decir, lo que era el General Escobar en la famosa novela de Olaizola. A Celia no le puede gustar el comportamiento de unos y otros.

Pero me sorprende que ni Trapiello ni Dorao hagan ninguna observación sobre sus creencias religiosas. En la introducción se hace una observación que suena a sin fundamento, se dice que Celia es cien por cien republicana. Pero el relato de Elena Fortún no muestra ese planteamiento en ningún momento. Quizá se pueda deducir de otros libros de Celia. En cambio me parece más evidente que la protagonista -o sea, la autora- es cien por cien cristiana.

Me parece un tanto tendencioso obviar las muchas manifestaciones de vida claramente cristiana de Celia, de la criada, de otras personas que las rodean, en la zona republicana. En varias ocasiones, ante las graves dificultades y, sobre todo, al encontrarse sola, la protagonista advierte que no está sola, porque está en las manos de Dios.

Todos, uno tras otro, han ido dejándome sola antes de que me fuera…

  • ¡No, no estoy sola! -me repito para darme ánimos- ¡Estoy en las manos de Dios!

Así termina el libro. Parece como si a los escritores de hoy eso les parezca absurdo. Los escritores de hoy son agnósticos, y no son capaces de aceptar que el pueblo español era cabalmente católico, en aquellas épocas, aun cuando los partidos extremistas de izquierdas impusieran otra cosa en el ambiente.

Me parece muy recomendable la lectura, quizá sobre todo a los que conocen poco de aquel desastre. Me parece que se le quitan a cualquiera las ganas de la más mínima posibilidad de contienda. Todo el transcurso del relato es duro, pero suavizado por el modo de mirar de una chica joven, que en el fondo es esperanzador y amable. Solo al final reconoce que tiene miedo, pero durante meses y páginas repite que no tiene desasosiego. Eso ayuda a leer este libro con menos dificultad, aun cuando los hechos narrados sean terribles.

 

Ángel Cabrero Ugarte

Elena Fortún, “Celia en la revolución”, Renacimiento 2016