La identidad cristiana

 

Es un tema de actualidad señalar con precisión las señas de identidad de las corporaciones tanto civiles como eclesiásticas para poder coordinar sus trabajos en orden a la construcción de una sociedad humana y cristiana. La identidad de los primeros cristianos está esculpida en la “imitación de Jesucristo” que fue la señal de los primeros seguidores de Jesucristo

En el reciente trabajo del profesor Kreider, sobre la paciencia de los primeros cristianos, se resalta que una de las primeras manifestaciones de la sobrenaturalidad de la Iglesia es la respuesta paciente de los cristianos a las periódicas persecuciones a las que fueron sometidos durante 313 años.

Ahora deseamos detenernos en un concepto que aparece constantemente narrado en las Actas de los mártires que fueron recogidas pronto en la Iglesia y, posteriormente, glosadas desde los primeros historiadores como Eusebio de Cesarea, Paulus Orosio, Petrus Comestor y tantos otros.

En efecto, nos referimos a esos intensos diálogos entre los perseguidores romanos y los perseguidos cristianos en los que todo culminaba cuando el cristiano manifestaba sencillamente su pertenencia a la Iglesia, al cristianismo y, una vez conminado a apostatar, respondía afirmando su fe cristiana y el nombre de Cristo ante la posibilidad real de ser martirizado: “Insistiendo el procónsul, le decía: ‘jura y te pongo en libertad; maldice a Cristo’. Policarpo respondió: ‘Ochenta y seis años le sirvo y nada malo me ha hecho, ¿cómo puedo blasfemar de mi rey, que me ha salvado’”.

Este es precisamente el tema que deseamos presentar sobre la “Identidad de los primeros cristianos” pues sencillamente es lo que manifestaban, que por encima de todo y ante todo, deseaban seguir siendo sencillamente cristianos, aunque hubiera sido prohibido por la ley romana o las ordenanzas de la civilización en la que vivían o no fuesen entendidos por la comunidad donde habitaban.

Efectivamente, los primeros cristianos eran conscientes de estar muy cerca del origen. Transformados por Jesucristo, comenzaron una nueva vida y un nuevo modo de vivir en la tierra. Del encuentro con Cristo (cfr., Lc 24, 13-35), procedía la centralidad de la vida  en Él. Como dice el Prof. Vian, los Apóstoles: “a la luz de su muerte y resurrección repensaron toda su predicación basada en las Escrituras y releyeron esta última como un anuncio de Cristo”. El Evangelio, era el mensaje de Salvación que ellos habían oído de labios del Maestro. ¿Y el mundo? De él poco sabían aquellos pescadores de Galilea. Pero se lanzaron a trasmitir a todos los hombres la Buena Nueva, con la esperanza de la vivencia de Cristo y de su promesa: “sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).  

La fe en la divinidad de Jesucristo, el amor de Dios a los hombres y de los hombres a Dios, la caridad entre gentes de toda raza y condición, no discriminaba. Era universal desde el inicio.

Esta era la identidad de los primeros cristianos: transformados por Jesucristo. Se sabían tocados por la gracia y, como muestra los Hechos de los Apóstoles, tenían conciencia clara de estar sostenidos por el Espíritu Santo. Seguramente vendría muchas veces a su memoria aquellas palabras de Jesús: “Os he hablado de todo esto estando con vosotros; pero el Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, Él os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho.” (Io 14, 25-26).

José Carlos Martín de la Hoz