La Iglesia ultramontana

 

La primera tarea del Concilio Vaticano II consistió en clausurar, mediante decreto, el Concilio Vaticano I que había tenido que cerrar precipitadamente sus puertas por la violenta irrupción de las tropas revolucionarias de Garibaldi en Roma en 1870, con la consiguiente reclusión del papa Pío IX, como prisionero de la naciente la Italia reunificada hasta que pudo rehacerse ja situación con los llamados Pactos de Letrán de la Santa Sede y el gobierno italiano en 1923. Por tanto, el beato Pontífice Pío IX no tuvo oportunidad de firmar ningún decreto de clausura.

Ha pasado suficiente tiempo para que el profesor de la Universidad de Georgetown, el historiador de la Iglesia y jesuita John W. O’Malley, un gran especialista en los Concilios Ecuménicos recientes, especialmente de los tres últimos: el de Trento, el Vaticano I y el Vaticano II, haya publicado este trabajo sobre el Vaticano I que deseamos comentar. Con la obra que ahora presentamos, ya podemos afirmar que ha publicado extensas e importantes monografías y muchos artículos de investigación en revistas científicas sobre la materia.

Es muy interesante que el profesor americano haya querido subtitular su obra de una manera tan expresiva: “El Concilio y la formación de la Iglesia ultramontana”, puesto que el libro responde, en realidad, a deshacer el lugar común de que la Iglesia del “Syllabus” correspondía con una Iglesia cerrada, ultramontana, sobre sí misma y que se creía en posesión absoluta de la verdad.

Evidentemente, la Constitución Pastor Aeternus con la que se enunciaba el dogma, expresaba en sus términos un clima teológico y pastoral que recibido de la primitiva cristiandad y de la vida Apostólica, les llevaba a los Padres Conciliares y a su Cabeza visible el Papa a la convicción de la asistencia del Espíritu Santo, para que, de acuerdo con las precisas y condiciones teológicas y canónicas se haya mantenido y se mantendrá hasta el final de los tiempos, la verdadera fe de Jesucristo de modo infalible.

Por tanto, es exactamente al revés como hay que entender el título del libro, respecto a la lectura superficial ye ideologizada del título, es decir, el viejo lugar común de ver la Iglesia del siglo XIX como la Iglesia cerrada sobre sí misma, que huye del diálogo con la modernidad.

De hecho, John W. O’Malley resume la cuestión de este modo: “los ultramontanos convirtieron el concilio en su gran oportunidad para imponer sus ideas, y, sin embargo, en opinión de algunos, la definición parecía dejar obsoletos los concilios” (9).

Es evidente, que el Concilio Vaticano II, al aplicar la doctrina conciliar de la infalibilidad pontificia a la vida magisterial del papa y de las Iglesia católica universal unida a él en un concilio, trabajó con toda normalidad y nunca se vio empañada la infalibilidad por el ejercicio de la colegialidad episcopal pues la Iglesia está formada por El papa y los obispos en comunión con él.

José Carlos Martín de la Hoz

John W. O’Malley, El Vaticano I. El Concilio y la formación de la Iglesia ultramontana, ed. Sal Terrae, Santander 2019, 311 pp.