La Iglesia y la libertad

 

El profesor Ordinario de Teología Moral de la Universidad Pontificia de San Dámaso de Madrid, Juan de Dios Larrú, partiendo de la imagen del arca de Noé y de la Iglesia como la barca de Pedro, plantea el dinamismo eclesial en estos términos: “La Iglesia como nave de Cristo está siempre en movimiento, surcando las aguas de la historia en dirección hacia su consumación definitiva”. También, a lo largo del trabajo. El dinamismo moral y la relación entre Moral e Iglesia, han sido tan importantes que culminarán en la Iglesia de Comunión y en la Encíclica “Veritatis splendor”.

En efecto, sin verdadera libertad no podemos amar y ser amados y, realmente, si no amamos no maduramos como personas, de ahí la importancia de saber apreciar y valorar la libertad en el obrar y en el orar cristiano.

El trabajo, como se puede ver en el índice y en la extensa bibliografía reseñada, es el fruto logrado después de muchos años de investigación y de rastrear el concepto de libertad en la Sagrada Escritura, la Tradición, el Magisterio y, por supuesto, en las grandes escuelas teológicas, autores de todas las tradiciones y tiempos, hasta alcanzar un resultado verdaderamente abrumador a favor de la tesis planteada.

Verdaderamente, destaca nuestro autor, como no podía ser de otro modo, la importancia de san Agustín como tratadista de la cuestión, por supuesto, mucho más allá del “célebre ama y haz lo que quieras”, pues su obra entera está transida del momento de su propia conversión, un recorrido de libertad y atracción de Dios que resplandecerá en todas sus páginas: gracia y libertad.

Así nos dirá resumiendo parte de las tesis fundamentales de este trabajo de investigación: “San Agustín ha sido un buscador infatigable de la verdad del hombre y de la verdad de Dios. El papel que en su existencia juega el deseo es verdaderamente central porque le ha conducido hasta Cristo, como fuente de todos los deseos. La sed del corazón de Agustín solamente se sacia en el corazón de Cristo, que se le presenta como la fuente del amor misericordioso. La sed de Cristo se ha encontrado con la sed de Agustín, y el corazón inquieto e insaciable de Agustín ha penetrado en la vía de un amor más grande que su corazón. El deseo insaciable se convirtió, de este modo, en el camino privilegiado para encontrarse con la fuente del amor” (103). Efectivamente en la Iglesia hay dinamismo: sacramentos, la revelación y la vida de los santos.

Finalmente, hemos de referirnos al comentario de la famosa carta de san John Henry Newman al duque de Norfolk publicada en enero de 1875 y que contiene un extraordinario sabor de verdad y de libertad, pues para expresar que no hay incompatibilidad entre ser buen católico y buen inglés dice: “ciertamente si yo debiera llevar la religión a un brindis de sobremesa -cosa que no es muy indicado hacer- entonces yo brindaría por el Papa. Pero primero lo haría por la conciencia y después por el Papa” (182-183). Es muy interesante, en este lance, traer a la memoria la figura de santo Tomás Moro que fue mártir de la conciencia y del amor a la verdad.

José Carlos Martín de la Hoz

Juan de Dios Larrú, La Iglesia, el lugar de la libertad, Biblioteca de Autores cristianos, Madrid 2019, 335 pp.