La interpretación de la Escritura

 

Una de las cuestiones más importantes del pensamiento luterano repetidamente recordado a lo largo de la historia, es el concepto de Lutero de la sola scriptura, es decir, apoyar su vida y su concepción cristiana en la lectura y meditación de la Sagrada Escritura, sin intermedios, ni intérpretes, sino solo iluminado por el Espíritu Santo.

Precisamente, en el extenso trabajo publicado por el profesor Santiago Madrigal Terrazas, miembro de la Comisión de Relaciones interconfesionales de la Conferencia Episcopal Española y profesor de teología ecuménica, sobre Martín Lutero y editado en la Biblioteca de Autores Cristianos, dedica muchas páginas a esta importante e interesante cuestión.

Entre otras, no deja de recordar que el magisterio reciente de la Iglesia católica ha querido salir recientemente al paso, en el Concilio Vaticano II, de la polémica tantas veces suscitada por Lutero contra los controversistas acerca de quién está por encima; si el Magisterio o la Escritura. La respuesta es de la constitución dogmática Dei Verbum, del Concilio, cuando dice que el magisterio de la Iglesia “no está sobre la palabra de Dios, sino que la sirve” (DV, 10). El Magisterio y la Tradición custodian la Escritura.

Es interesante, por otra parte, considerar, como hace el profesor Madrigal como al final de su vida, Lutero y sus seguidores andaban preocupados por la celebración de un Concilio Ecuménico, como el de Trento, así como por el surgimiento de los enemigos dentro de su propia Iglesia, como ellos se había opuesto a la propia Iglesia católica de la que se habían desgajado.

Parece como si resultara realmente sencillo comprobar que el edificio que había edificado se venía abajo por falta de solidez, pues para derribar la Iglesia católica había quitado todos los apoyos en el Magisterio, la Tradición apostólica y solo le quedaba la Escritura, y la atomización de la propia Iglesia luterana se producía por la interpretación de la Escritura.

De ese modo, el príncipe Juan Federico había presionado a los impresores para acelerar la edición completa de las obras completas de Lutero en latín, lo que se logró el 5 de marzo de 1545, es decir, tan solo once meses antes de su muerte, pues esa edición “convertía las obras del doctor Martín Lutero en la interpretación más autorizada de la Sagrada Escritura” (267). La pregunta es clara: ¿por qué?

Enseguida nos recordará Madrigal que para Lutero el criterio para encontrar la verdadera Iglesia de Jesucristo, sería el lugar en donde se da el bautismo, la Escritura y los sacramentos: “allí donde oyeres o vieres predicar, creer y confesar esta palabra y vivir de acuerdo con ella, no te quepa la menor duda de que ahí ha de estar la verdadera Iglesia y el pueblo cristiano” (277). La palabrería de Lutero, no oculta que sólo en la Iglesia católica se dan las cuatro notas de la verdadera Iglesia de Jesucristo que se leen en el credo de Nicea: una, santa, católica y apostólica (280-281).

José Carlos Martín de la Hoz

Santiago Madrigal Terrazas, Lutero y la Reforma. Evangelio, justificación e Iglesia, ediciones BAC, Madrid 2019, 354 pp.