La Legación de Honduras

 

La historia es maestra de vida, pero para que realmente lo sea, hace falta rigor en la recogida de los datos de archivo, de recuerdos, documentos y testimonios y rigor para exponerlos con veracidad.

A comienzos de 1937 la guerra civil española en Madrid, había entrado en una fase de mayor control gubernativo del orden público en las calles. En el frente bélico en aquellos meses cayeron plazas republicanas tan importantes como Málaga, Bilbao y Santander y se estabilizaría el frente de Madrid tras la batalla de Brunete. El gobierno estaba instalado en Valencia y la guerra todavía no estaba decidida ni en el campo militar ni en el campo diplomático.

La gran mayoría de las embajadas en Madrid, se habían convertido en el refugio de miles de personas que habían quedado atrapadas en la capital y que se sentían perseguidas ideológicamente por el gobierno de la República, con el desarrollo de la contienda llegaron a ser 11. 000 los refugiados, algunos de los cuales lograron ser evacuados fuera de España.

Efectivamente, el Consulado de Honduras, situado muy cerca de la Glorieta de Emilio Castelar, en el Paseo de la Castellana nº 51, abrió sus puertas, como el resto de establecimientos diplomáticos, a quienes deseaban refugio y allí encontraron un hueco, a mediados de marzo hasta septiembre, el Fundador del Opus Dei y otros miembros de la Obra, familiares y amigos, en total, cinco agraciados. Se les concedió una habitación en el principal izquierdo, en un cuarto de estar, relativamente espaciosa con una ventana que daba a un patio interior.

Evidentemente, el primer problema diario para el Cónsul y quienes habitaban allí era el abastecimiento de la comida necesaria para tantas personas. El segundo problema era dominar los bulos que corrían como la pólvora, algunos frutos de las noticias de la radio gubernamental, que en estado de guerra tendía a dar la versión que más convenía a las autoridades.  Finalmente, las discusiones entre ellos, controlar los ataques de ansiedad, momentos de nervios y sobrexcitación.

San Josemaría y los suyos en aquella habitación procuraron organizarse para rezar, estudiar, tener conversaciones informales e incluso preparar conferencias de la especialidad de cada uno.

Es interesante que en los recuerdos que redactó Consuelito Matheu, la hija del Cónsul, al terminar la guerra recordaba que en aquellas semanas se dejó llevar por la curiosidad e intentaba averiguar qué había detrás del buen humor y de la paz de aquellos jóvenes que rodeaban a ese sacerdote aragonés. Ella misma narraba que, cuando pocos meses después, leyó Camino, entendió que sencillamente aquellas personas no solo predicaban el espíritu del Opus Dei sino que luchaban por vivirlo.

Podemos imaginarnos a Juan Jiménez Vargas, uno de los que acompañaban a san Josemaría, salir a la calle al anochecer en la plaza de Castelar para estirar las piernas y se decía: un día más, no ha pasado nada, pero aquí seguimos.

José Carlos Martin de la Hoz