La mística oriental

 

Indudablemente, las corrientes místicas, como el yoga, el zen, la meditación trascendental, etc., que comenzaron a entrar con fuerza en la cultura europea desde finales de los años sesenta, llegaron con la novedad y terminaron por quedarse e incorporarse al acervo de nuestra tradición.

De hecho, hoy día, siguen teniendo gran aceptación algunas de las técnicas de relajación e interiorización orientales, e incluso algunos autores católicos las recomiendan como introducción o al menos aceptaron algunos de sus ejercicios de concentración,  como antesalas de la mística occidental.

En este punto conviene recordar que la mística occidental procede de los Padres de la Iglesia tanto orientales como occidentales, refrendados por santo Tomás de Aquino y san Buenaventura.

Asimismo, todavía es patente la referencia, entre los autores místicos de Occidente al tratado de Tomás de Kempis sobre La Imitación de Cristo, en la que se  recogía la doctrina del maestro Eckhart y sus discípulos, que incluso llegaron con gran influjo y fuerza a la

mística castellana del siglo de Oro.

Gracias al reciente trabajo del teológico jesuita Gabino Uríbarri Bilbao, miembro de la Comisión Teológica Internacional, podemos resumir las diferencias actuales entre la mística oriental y occidental, resumidas en cuatro puntos, tal y como nuestro teólogo hace.

En primer lugar nos dice: “en el misticismo oriental se desdibuja por completo la diferencia entre el Creador y la criatura, entre Dios y la persona humana. Si Dios es todo y está en todo, y si todo es y está en Dios, sin articular trascendencia e inmanencia, la comprensión de la creación como lo otro distinto de Dios se desvanece por completo” (47).

Inmediatamente, alude al problema clave de la mística oriental, a su vacío existencial, a la falta de trato personal. Es más, hay una ausencia de verdadera relación personal: “la relación con Dios, con el Misterio, no se establece como el encuentro entre dos libertades: la de Dios, que quiere dárseme y comunicar su amor, y la de la persona humana, que busca abrirse a ese amor. La oración y la mística cristiana es claramente dialógica. En ella la libertad humana, por más determinante que sea la presencia De Dios, nunca se anula, sino que se potencia. (...). En cristiano, la comunión y la unión nunca se cobran como precio a la persona, con su singularidad e idiosincrasia particular” (47-48).

En tercer lugar, y como consecuencia, de lo anterior, hay que recordar que en la mística cristiana, la clave es Jesucristo: “En Jesucristo se da la unión de humanidad y divinidad , sin que esto suponga que para ello la humanidad de Cristo deba abandonarse, trastocarse o alterarse; ni la divinidad de Cristo transmutarse, transformarse o disminuirse” (48). Por eso señala con fuerza: “la mística cristiana humaniza y hace más perdona: la unión con Dios no se realiza nunca a costa de la pérdida de ser personal” (49).

Finalmente, hay que recordar que si hay encuentro con Dios es porque Dios se revela, y así señalará nuestro autor con gran vigor: “La revelación de Dios en la historia, entonces, implica una consideración extremadamente positiva de estos aspectos: encuentro, acontecimiento y alteridad” (49).

 

José Carlos Martín de la Hoz.

Gabino Uríbarri Bilbao, La mística de Jesús. Desafío y propuesta, ed. Sal Terrae, Santander 2017, 270 pp.