La nueva ilustración

 

Leía estos días las palabras de Voltaire en su tratado sobre la tolerancia y, en general, de sus histriónicas intervenciones a lo larga de su vida para criticar simultáneamente a la Iglesia y al Estado, en lo que se denominaba el “despotismo ilustrado”, puesto que el Antiguo régimen estaba en una decadencia imparable y terminaría por converger en el fin del Antiguo régimen.

La ilustración, el siglo de las luces, cargo con escándalo o con escándalo farisaico su intolerancia contra todo fanatismo, violencia, manipulación de la verdad, uso arbitrario del poder y de la autoridad.

Verdaderamente necesitamos una nueva ilustración que alumbre los principios de un nuevo humanismo capaz de sacarnos de la situación de falta de ideas y de colectivismos egoístas y coercitivos que está llevando a las personas al encorsetamiento y al control ideológico y a la frustración.

Los elementos que deberían componer esa nueva ilustración deberían contener en primer lugar, la necesidad de un nuevo planteamiento espiritual acorde con el evangelio y no con clichés voluntaristas o sentimentalistas. Es decir, entroncar con las corrientes de la mística castellana que inundaron el mundo de luz y deberían volver a hacerlo empezando por este suelo que les vio nacer y expandirse. Hemos de redescubrir la figura de Jesucristo. Su invitación a vivir enamoradamente en una relación personal.

Asimismo, necesitamos recuperar el equilibro fe y razón mediante la unidad de las ciencias del espíritu, como hicieron los grandes maestros salmantinos Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, Diego de Covarrubias, Juan de Medina, Francisco Toledo o Cristóbal de Villalón: teología, filosofía, derecho, economía, sociología y antropología y eso solo es posible si descubrimos la dignidad de la persona humana en toda su plenitud. Un hombre llamado a recibir el don de la santidad y una cabeza abierta a la trascendencia y a la construcción de una humanidad sabia y no solo culta.

Hemos de denunciar todos los recortes de nuestra libertad y propiciar el verdadero valor de la libertad que no se limita a escoger entre esto y aquello, sino que pone toda la energía en buscar de lo mejor para nuestras familias, nuestro país y nuestra sociedad y para conformar la libertad con la verdad.

Seamos realistas y partamos de la base de que necesitamos la ayuda de Dios y de los demás para madurar como personas y construir juntos una sociedad justa solidaria y abierta a los valores del espíritu.

Urge reconstruir el concepto de bien común y del verdadero progreso de la humanidad, donde la civilización del amor impere sobre la civilización del placer y de la comodidad y del egoísmo.

Hemos de asumir los muchos valores cristianos valores de la democracia, la tolerancia, el amor a la verdad, el gobierno como servicio y la obediencia como amor a Dios y a los demás.

José Carlos Martín de la Hoz