La paz de Westfalia de 1648

 

Los historiadores a lo largo de los últimos años nos hemos tenido que referir muchas veces al tratado denominado como “La Paz de Westfalia”, puesto que en aquella memorable fecha cambió radicalmente la filosofía de la historia e incluso también, podríamos decir, la filosofía política tanto en Europa, como en toda la amplia civilización occidental.

Sencillamente, en aquellas memorables jornadas, la Santa Sede dejó de presidir, por primera vez en la historia, la reunión de las partes implicadas en alcanzar un acuerdo que acabara definitivamente con las guerras de religión y que devolviera la paz a Europa y a las conciencias.

Evidentemente, la separación lícita y conveniente de la Iglesia y del Estado, tal y como la expresa la Constitución Dogmática Gaudium et spes del Concilio Vaticano II, tardaría tiempo en aceptarse y vislumbrarse por ambas partes pues era excesivo el grado de compenetración entre ambas realidades.

Además, el nuevo marco sería ya el imprescindible modo respetuoso de relacionarse y entenderse, pero ya no bajo la perspectiva de la unidad de la fe católica, sino de la importancia de la religión como orientación de las conciencias, respeto de los valores espirituales y la preeminencia de la salvación, pero con respeto de la conciencia, pues cada uno debe buscar personalmente el camino de la salvación.

Ahora que nos acercamos al cuarto centenario de tan trascendental evento, nada mejor que volver a releer el texto clásico de Vicente Palacio Attard publicado en 1948 y reeditado tres veces por ediciones Rialp en la famosa Biblioteca del Pensamiento actual, donde se puede lógicamente seguir el pensamiento de Rafael Calvo Serer pero no el de España, el de la editorial y el del Opus Dei.

El ángulo del enfoque de Palacio Attard queda claro desde el índice y el Prólogo, pues 1648 es la fecha clave y es real el declive económico, político, espiritual y cultural de España, como era de esperar.

Evidentemente, la economía peninsular requería un nuevo enfoque no tan dependiente del oro y la plata americana que llegaban de América, mediante un renovado impulso a la industria, la organización racional de recursos y, por supuesto, con un sistema eficaz frente a la piratería que infectaba el Atlántico. Con todo eso se podría haber enfocado de otro modo la lucha, tanto por la inflación galopante, como por la pérdida de elementos valiosos que marchaban a América o terminaban en la acomodación.

Indudablemente, es difícil mantener un nivel alto de pensamiento teológico y filosófico como el que poseía la Universidad de Salamanca que exportaba a América y a otras universidades europeas. Quizás influyó en la decadencia la disputa “de auxiliis” que terminó en cierto agostamiento por la dureza dialéctica, desacreditación mutua o el descubrimiento de los límites de la razón en esta materia.

José Carlos Martín de la Hoz

Vicente Palacio Attard, Derrota, agotamiento, decadencia en la España del siglo XVII, ediciones Rialp, tercera edición, Madrid 1966, 227 pp.