La reforma de la Iglesia y Carlos III

 

El período de gobierno del rey Carlos III en España fue largo, de gran calado, lleno de medidas de reforma de las estructuras económicas, desarrollo industrial y política de mejora de la distribución de la población, impulso de la ciencia y del desarrollo agrario, con medidas acertadas de fondo, estructurales, pensadas y de calado.

Indudablemente en la llamada cuestión religiosa, el rey y sus ministros actuaron con verdaderos aires de despotismo ilustrado, llevado la fidelidad al rey hasta el extremo, con un autoritarismo impropio ya para su tiempo, pues estamos en las vísperas de la revolución francesa y el pensamiento ilustrado comenzaba a penetrar en las capas altas de la sociedad española, mucho más permeable a las nuevas ideas de lo que se suele afirmar.

En materia de reforma religiosa, muchas de las medidas autoritarias que tomó el rey resultaron y fueron desconcertantes para el pueblo y para la nobleza, pues sobre todo sus ataques sistemáticos a las grandes órdenes religiosas, como sus continuas indicaciones acerca de la piedad popular molestaron, por intromisión de la real conciencia donde nunca lo había hecho.

En cualquier caso, sus ataques sistemáticos a la Compañía de Jesús, llegaron después de que había sido expulsada de Portugal en 1759 y de Francia en 1767, cuando se creyó fuerte y después de haber echado a la Compañía de males y escándalos como el motín de Esquilache y otras cuestiones que produce sonrojo solo recordarlo (93-108).

El historiador contemporáneo de la Iglesia, Francisco Martín Gilabert, se ha detenido a explicar pormenorizadamente las maniobras denigratorias del rey contra la Compañía y sobre todo la impresionante maquinación de Estado contra la Iglesia más completa e inusitada de la historia, pues se llevó a cabo con verdadera premeditación, calculo y alevosía (125-133).

La actuación de Carlos III con los jesuitas, en cierto modo, puede estudiarse y evaluarse como el chivo expiatorio, pues ni había motivos fundados, ni lo requería la situación, ni dejaba en buen lugar el nombre de la Iglesia, ni favorecía el desarrollo de la ciencia y la formación religiosa.

A esta desastrosa actuación y desconfianza volvería el gobierno de la II República y, desgraciadamente, otras instancias del poder, en otros momentos de la historia, siempre llevadas por la incomprensión, la desconfianza y el fondo de anticlericalismo que dejó Carlos III sembrado a lo largo de su dilatada etapa de gobierno.

Por otra parte, resulta ridículo achacar a la Compañía de Jesús el retraso en la beatificación de Palafox, puesto que el milagro por el que pudo concretarse la fecha para que el venerable Palafox pudiera ser elevado a los altares se produjo y estudio en el final del siglo XX.

José Carlos Martín de la Hoz

Francisco Martí Gilabert, Carlos III y la política religiosa, ediciones Rialp, Madrid 2004, 195 pp.