Dice el refrán que el hambre es mala consejera, nos movemos en una sociedad que se podría calificar en algunos aspectos de impaciente, apresurada, hambrienta de inmediatez, inquieta. Mala cosa, pero cuando se trata del trabajo intelectual o de creación todavía peor. En las últimas semanas, al leer sendos libros de tres editoriales que me merecen todo el respeto, porque lo que publican suele ser interesante, valioso y en ediciones cuidadas, se me ha encendido la luz de alarma, porque me he topado con algunas sorpresas ingratas.

No me refiero solo a las erratas, que las había, sino a algo peor: párrafos que se repiten, una cita que unas páginas más adelante aparece como parte del texto del autor del libro; faltas de concordancia gramatical en el género, en el número o en el régimen de los tiempos verbales; anacolutos y otros errores sintácticos, palabras que se repiten, unas casi junto a otras –¿acaso no existen los sinónimos?–; defectos llamativos en la traducción... Pienso que, en los tres casos, habría bastado con una última revisión minuciosa antes de enviar el texto a la imprenta para detectar y subsanar tales errores, pero da la impresión de que ha podido más la prisa, la impaciencia por publicar, y el resultado han sido tres trabajos que desdicen tanto de los autores como de los editores.

            Tenemos grandes medios técnicos, pero paradójicamente parece que los resultados no son mejores, por lo menos en lo que se refiere a este aspecto de la edición que comento. Esa misma facilidad se convierte fácilmente en enemiga, con el cortar y pegar…, tan en boga. Por esto pienso que la revisión es más necesaria que nunca, huir de la prisa, tener paciencia para leer y releer un texto antes de sacarlo a la luz. Quizá en los trabajos periodísticos sea más disculpable el apresuramiento, pero cuando se trata de un libro parece difícil la justificación. Trabajo bien hecho es aquel en el que se han cuidado casi amorosamente todos los detalles, cuánto se agradece.

 

Luis Ramoneda