El profesor de historia de la teología de la universidad de Oxford, Alister E. McGrath (1953), se doctoró en física y en biología y, posteriormente, en historia de la teología, de modo que su trayectoria intelectual le llevó a interesantes enfoques en materias humanísticas.
En concreto, la propuesta de este libro, “El laboratorio de la fe” significa que, al igual que en un laboratorio, los primeros escritores cristianos habrían expuesto “para que fuesen evaluadas lo que consideraban propuestas doctrinales viables; estas solo se volvían ortodoxas si y cuando sus méritos habían sido evaluados durante un largo periodo de tiempo por parte de la comunidad de fe, que luego las recibía como comunitariamente fiables y fidedignas” (12).
Lógicamente, esta propuesta solo puede ocurrírsele a un científico de laboratorio transformado en historiador y de la teología y, enseguida, hemos de añadir anglicano, pues para un historiador de la teología católico, enseguida habría de señalar que primero vendría la revelación oral y luego la revelación entregada al magisterio de la Iglesia y, por tanto, las formulaciones teológicas de san Pablo y de los Padres de la Iglesia y de los primeros teólogos no se formularían en términos de ortodoxia sino de acordes con la Tradición y con la Escritura y enseñadas por el Magisterio de la Iglesia.
Lo que Alister E. McGrath denomina “autodefinición” y “autorregulación” (15) en realidad es lo que denomina los hechos de los apóstoles: “no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Act 4, 20; 1 Io 1, 3).
Enseguida, afirmará que “la evidencia sugiere que ciertos escritos se consideraban poseedores de una autoridad considerable a finales del siglo I, y eran citados con regularidad por autores que claramente los consideraban importantes y esperaban que sus lectores compartieran esa suposición. Estos se completaron en los siglos II y III, y sus límites se clarificaron formalmente a partir del siglo IV” (38).
Recordemos, enseguida, que la tradición precedió a la Escritura y al cabo de un tiempo la interpretó. Por eso el argumento de Alister E. McGrath conviene ser completado por textos de los Padres apostólicos, apologistas y por los Padres de la Iglesia.
Indudablemente, no se trata de criticar lo que va mal en la sociedad o en los planteamientos culturales ajenos o en las vidas de otros. Hemos de entrar en el laboratorio de la doctrina cristiana y buscar entre la riqueza de la revelación cristiana planteamientos nuevos: “Si el cristianismo quiere sobrevivir tendrá que ofrecer algo que sea personalmente transformador y existencialmente plausible, que permita una forma de vida con sentido, si quiere apelar a los nuevos paisajes culturales que esperan en el futuro” (212).
José Carlos Martín de la Hoz
Alister E. McGrath, El laboratorio de la fe. Sobre la naturaleza de la doctrina cristiana, Sígueme, Salamanca 2025, 281 pp.