La semilla y el árbol

 

En los tratados clásicos de antropología y también en los modernos, como el del profesor Antonio Malo, de la Pontificia Universidad de la santa Cruz, se suele recordar la unidad de la persona humana, que vendría a estar compuesta, si se puede dividir, de alma y cuerpo y, además en la facultad del entendimiento y la voluntad y los afectos y los sentimientos.

Además, la antropología cristiana, cuando trata de explicitar los diversos grados de intimidad en la relación interpersonal, suele distinguir entre compañero, amigo y amor. Lógicamente, esa gradación se refiere al grado de comunicación en la relación, pues en el primer nivel, sería el correspondiente al que comparte el trabajo y ocupaciones básicas, mientras el segundo comparte ya algo más personal, la amistad, que ya es una relación desinteresada y finalmente, en la relación de amor ya existe un interés común un fin unificador que relaciona con la mayor intensidad a dos personas en lo común del interés plenamente vital.  

Es decir, esos niveles de comunicación que establece la antropología actual, reflejan muy a lo vivo, los tres niveles de amor que establecía ya santo Tomás en la Suma Teológica: amor de concupiscencia, amor de benevolencia y amor de unión (Suma Teológica, I-II, q. 26, a. 4).

Lógicamente, cuando se habla de la relación interpersonal de Dios con el hombre, se parte de la base de algo que la experiencia de la naturaleza humana muestra, sobre todo, cuando se siente atraída y experimenta el amor de Dios que, la propia revelación obrada por Jesucristo, nos ha expresado como creador y como salvador. La prueba de que esa relación no es superficial ni falsa, es que produce efectos duraderos como el cambio de vida o la perseverancia hasta la muerte.

Indudablemente, al traducir esos conceptos de la antropología filosófica y teológica a la vida corriente de los cristianos resulta capital la experiencia personal de la vida personal de oración, de trato confiado con Jesucristo, pero, también, añade algo muy importante: el estudio de la experiencia de los santos.

Como afirmaba el Prof. Ratzinger en su tesis de habilitación sobre la Teología de la Historia según san Buenaventura, la semilla produce un árbol y el árbol una semilla que produce un árbol. Así podríamos establecer una cadena hasta el día de hoy. A lo que añadía san Buenaventura que los cristianos creemos lo mismo que los primeros, rezamos el mismo credo y vivimos los mismos sacramentos, pero conocemos mejor a Jesucristo que ellos pues poseemos la experiencia del amor de millones de cristianos que nos han precedido.

Por tanto, la relación personal de Dios con el hombre que refleja el concepto de dar gloria a Dios por el ejercicio de la libertad en el amor reflejará la felicidad de muchos hombres y mujeres hasta el final de los tiempos.

José Carlos Martín de la Hoz

Antonio Malo, Antropología de la integración, Rialp, Madrid 2023, 380 pp.