En el que, según mis datos, es el último libro de Jesús Montiel, “La última rosa”, encuentro este párrafo que solo puede encontrarse en un libro clarividente y brillante: “Mi hija está jugando sola. O mejor: la acompañan sus muñecos, a los que insufla vida con su imaginación. Ningún niño del mundo juega solo. Nadie puede respirar sin un tú a su lado, desde el nacimiento. Únicamente se vive en singular en el infierno” (p. 79).

Hay muy poca gente que tenga formación como para escribir algo así. No es ya poder atisbar un poco el tema o entenderlo, es que Montiel lo expresa con brillantez y manifestando una formación teológica, teórica y práctica que no se encuentra fácilmente. Y ya, personas que hablen de esto, que hablen del infierno, así con toda tranquilidad, no lo he visto casi nunca, ni he oído una homilía con esta clarividencia.

El infierno es vivir en singular. No hay mejor definición. Y solo así entendemos aquellas palabras atribuidas a Santa Teresa: “El camino del cielo es un cielo y el camino del infierno es un infierno”. El cielo es comunión, unión, caridad, amor a Dios y a todos y, por lo tanto, pase lo que pase en la vida de las personas, cuando saben querer y tienen amistades y relaciones familiares frecuentes, se puede decir que están en el camino del cielo.

Y aquellos que se empeñan en la soledad, en ir a lo suyo, en dedicar sus horas a ver series o vídeos de YouTube, son unos pobres desgraciados. También son pobres desgraciados algunos porque viven solos -ancianos, enfermos- sin nadie que los acompañe, que les quiera, que les atienda. Ningún niño en el mundo juega solo, porque saben, los niños, que sus padres están cerca y pendientes. Pero hay muchos ancianos que viven solos y no tienen a quien dirigirse. Es muy triste, pero al no ser por su culpa no tiene la problemática de quien se empeña en la soledad.

Eso es el infierno. La eterna soledad. Ni hay llamas y ni diablillos con rabo pinchando. Dios quiere que todos los hombres se salven, y sale al encuentro, y busca a cada uno, sin olvidarse de ninguno de los millones de personas que van por la vida con un despiste descomunal. Dios pone los medios para que los solitarios encuentren ayuda, para que cualquiera pueda llegar a conocer a Dios. Y hasta en el último instante estará ofreciendo su amor al que llama a su puerta. Solo se va al infierno quien quiere. O sea, quien prefiere la eterna soledad al Amor de Dios que llena y que se compone también del amor de todos los santos y los ángeles, de todos los seres queridos que estén en el paraíso.

Si lo pensamos un poco, casi seguro que sabemos de alguna persona, más o menos cercana, un amigo, un vecino, un primo segundo, o un anciano esquinado en una residencia, un solitario que agradecería mucho nuestra compañía. Los niños no tienen problema, los mayores, ancianos, pueden estar arrinconados. Si tienen nietos ya no hay ningún problema, porque tarde o temprano hará de niñero, feliz de la vida, pero una persona mayor sin hijos, sin nietos, sin amigos, está muy cerca del infierno, sobre todo si no tiene a Dios cercano.

Sabemos que puede ser un problema especialmente grave en nuestra sociedad moderna, donde cada cual va a lo suyo, con prisas, con muchísimo trabajo, porque tiene que ganar mucho dinero, y se olvida de sus mayores.

Ángel Cabrero Ugarte

Jesús Montiel, La última rosa, Pre-textos 2021