Las huellas de un santo

 

Se acerca el tiempo de la Navidad y nuestra oración se materializa al descubrir tantas huellas de la encarnación de nuestro Señor Jesucristo, quien será siempre para nosotros y, aún, en las más pequeñas acciones, el único y verdadero Maestro, el Salvador, el Mesías y el Señor.

A la vez, descubrimos enseguida que los santos que nos han precedido en los cielos, desde allí nos contemplan con afecto y permanecen junto a nosotros a través de su y ejemplo de vida y de su poderosa intercesión. Esencialmente nos subrayan que el camino para la santidad es la plena identificación con Jesucristo. Así lo explicaba san Josemaría: “Para acercarnos a Dios hemos de emprender el camino justo, que es la Humanidad Santísima de Cristo” (AD, n. 299).

Así pues, la devoción a san Josemaría, como a la de cualquier santo, es una cuestión de realismo y de humildad. Basta con caer en la cuenta de que gozamos de la confianza de nuestros amigos los santos y de su imprescindible ayuda sin la cual apenas podríamos hacer nada. De ahí la importancia de la rectitud de intención, de buscar la gloria de Dios y, por tanto, de tener los “mismos sentimientos de Cristo en la cruz”.

Solía decir san Josemaría que la historia del Opus Dei, como la de cada uno de los cristianos, es la historia de las misericordias de Dios. Siempre estamos en la mirada complaciente de Jesucristo y de su Madre bendita, a la que le decimos con la ternura de la aquella vieja oración de san Bernardo, la Salve: “Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos”.

La Iglesia de comunión de la que nos habla el Concilio Vaticano II, se concreta en el dogma de la comunión de los santos, es decir, la comunión de la misericordia de Dios y de su madre, sumada a la misericordia de los santos. La verdadera comunión de los misericordiosos.

La devoción privada a los santos se convierte en una apoteosis de la santidad cuando adquirimos la connaturalidad de una vida de relación personal con tantos santos que desean ardientemente mostrar su corazón sacerdotal para ser mediadores entre Dios y los hombres. Sentido común para contar con ellos y sentido sobrenatural para gozar con ellos en “nuestra conversación en los cielos”.

Es importante asegurar el espíritu pues con el paso del tiempo, las obras humanas tienden a la decadencia, de ahí la importancia de la lectura de los textos de los santos, las historias de sus vidas, sus anécdotas de santidad. San Josemaría en su carta número tres afirmaba con buen humor que los santos son “incómodos”, pues dinamizan la vida espiritual a su alrededor, pero no son “insoportables” (Cartas de san Josemaría, Vol. I, 3, n. 74).

Muchas veces habremos escuchado que los santos han sido los revolucionarios de su tiempo pues al mostrar su rebeldía de querer ser hijos de Dios revolucionaron el ambiente de apatía o de acomodación de su tiempo. Salieron pues, como se dice ahora, de su zona de confort.

José Carlos Martín de la Hoz