Las luces del progreso

 

El trabajo coordinado por el profesor Gerardo López Sastre, catedrático de filosofía de la Universidad de Castilla La Mancha, sobre la Ilustración que ahora presentamos, es una obra encomiable pues lograr conjuntar la aportación de diversos especialistas para hablar de cómo desde Descartes quisieron sacudirse el yugo de la escolástica y adquirir la conciencia de modernidad independiente de la verdad histórica: “utopías” (69).

Indudablemente, el centro del trabajo es la ilustración y su concepto de progreso y secularización y por las páginas de este libro discurren, como la pasarela de moda de Milán, los grandes personajes del período, aunque en realidad aportaran muy poco al conjunto, pero no proceden sólo de Francia sino también de Inglaterra y Alemania (87).

Los autores buscan, en las ideas de la ilustración fundamentos y raíces de las grandes revoluciones que cambiaron el mundo occidental a finales del siglo XVIII: la revolución de la independencia de Estados Unidos de 1776 hacia “la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad” y la revolución francesa de 1789 hacia “la libertad, la igualdad y la fraternidad” (239). Es decir, ambas revoluciones querían romper el antiguo régimen: la unión del trono y del altar compendiados por Alexis Tocqueville en 1856: “privilegios, autoridades, fueros, servidumbres, fundamentación religiosa y relacione dinásticas que servían para sustentar un orden en que la movilidad social era muy exigua” (240).

Asimismo, resulta de un gran interés la aplicación de los dos grandes motores kantianos sobre el planteamiento general del atrevimiento de la ilustración: “la libertad de pensamiento y la libertad de conciencia” (274). Con un punto de buen humor recodará con Condorcet y Nietzsche “un hombre progresado ha caminado como los cangrejos hacia atrás al punto de resucitar un ideal que fue de los estoicos” (294).

Por último, en esta cuestión, no podían faltar en este volumen abundantes referencias al terremoto de Lisboa de 1755 que puso patas arriba los planteamientos de la ilustración, pues mostró lo lejos que estaba el hombre de conseguir dominar a la naturaleza. Es decir, como afirmaba Cassier, provocó la “secularización del problema de la teodicea” (301). De hecho, se suele comentar que aquel acontecimiento marcó el giro de Voltaire del optimismo al pesimismo materialista (310). Recordemos llegados a este punto que Rousseau se enfrentó decididamente a Voltaire por ese poema puesto negaba que “el progreso de los conocimientos coincidiera necesariamente con el progreso moral” (318).

Finalmente, recordemos que Rousseau vinculaba “la existencia de Dios y su Providencia universal con la de la inmortalidad del alma, en la que reconoce que tiene la dicha de creer, sin ignorar que la razón puede dudar y descarta la eternidad de las penas, en la que ‘ningún ser que piense bien sobre Dios’ creerá jamás” (324). En esa línea está la aportación de Benjamin Constant (1767-1830) y su crítica a la religión para utilizar su poder y “fomentar su desarrollo progresivo en direcciones positivas” (361).

José Carlos Martín de la Hoz

Gerardo López Sastre (coord.), Las luces del progreso y la conciencia de modernidad, ediciones Tecnos, Madrid 2923, 397 pp.