Lectura y sentido de la vida

 

Relata Maxim Ósipov (Moscú, 1963) como había ejercido la medicina en un pequeño hospital ruso, en el medio rural. Observa en los que le rodean una enorme vaciedad de alma: "Miedo a la muerte y poco amor a la vida, si les miras a los ojos no ves ninguna alegría" (pág.13). En la época post-soviética los valores en Rusia parecen haber quedado reducidos al dinero y el alcohol: "A muchos -escribe- les parece que los problemas se pueden resolver con dinero, pero esto casi nunca es verdad. ¿Cómo despertar en ellos el interés por la vida, por el amor?" (pág.14).

Se trata de un empeño tan noble como difícil. El error de Ósipov es suponer que esto solo ocurre en Rusia, pero también en Occidente se ha producido un declive cultural y moral. "¿Dónde se ha metido la gente capaz? -pregunta el médico- En nuestra infancia había bastante" (pág.74), y recuerda como en sus años jóvenes "aún veía en las caras de las personas rasgos de refinamiento, no hereditarios, sino adquiridos a través de la lectura; ahora en cambio ni se habla de los libros" (pág.154).

Hablemos entonces de libros, ¿es posible que la lectura habitual produzca en el lector un cierto refinamiento, observable incluso exteriormente? Es difícil contestar a esta pregunta, no todos los libros están inspirados en valores que pueda compartir el lector, al contrario, los hay que parecen dirigidos a erradicarlos con excusa de la ciencia y la modernidad, hoy muy pocos títulos causan en el lector ilusión o producen un revulsivo interior.

Continúa Ósipov hablando del ambiente que le rodea: "La gente es pácticamente analfabeta: saben construir palabras juntando letras, pero en la práctica esta habilidad no se aplica" (pág.15). En nuestros días la lectura tiene demasiados competidores, ya sean los medios de comunicación individuales o colectivos, ya sean los juegos en una pantalla, y no hablemos de las adicciones como pueden ser el alcohol y otras, éstas terminan obviando cualquier tipo de convicciones personales.

La depresión es la enfermedad de moda, pero el autor recuerda como su profesor de psiquiatía recusaba este diagnóstico: "¿Qué depresión? -decía- Es solo tristeza" (pág.52). Un amigo escribe a Ósipov que ha abandonado todos sus quehaceres y ahora se dedica a bordar; el médico, preocupado por una posible enfermedad psíquica de su corresponsal, interroga a un colega pero éste "rechazó la idea de una patología psíquica. Estamos -le dice- ante una dolencia espiritual" (pág.57).

Y es que el alma también enferma cuando detecta que su vida carece de sentido. Hace muchos años escribía el joven Giuseppe Roncalli, luego Juan XXIII: "Dedicaré diez minutos a una buena lectura, recordando que, como el alimento es necesario para la vida del cuerpo, así la buena lectura es necesaria para la vida del alma".

Ósipov encuentra inspiración en la figura de su padre, "un hombre bueno, entregado, generoso". Éste le había recomendado: "Dedícate a aquello que tenga reflejo en la eternidad" (pág.194), y el médico piensa que "curar personas tiene su proyección en la eternidad" y a ello añade "el encuentro con los amigos, escuchar música y contemplar la naturaleza" (pág.193); son los pasos que ha dado el autor para dotar de sentido a su vida, pero podrían añadirse otros en el ámbito de la familia, en la docencia e incluso en la política vivida como un servicio e instrumento para la convivencia.

Juan Ignacio Encabo Balbín

Maxim Ósipov, Kilómetro 101, Libros del Asteroide, 2024.
Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido, Herder, 2015.
Juan XXIII, Diario del alma, San Pablo, 2008.