Literatura como pertenencia

 

Seguramente el título suena ambiguo, pero la ambigüedad es buscada. Una de las expresiones que habitualmente me hacen rechinar los dientes es “el consumo de literatura”: veo una buena novela sobre un estante de supermercado entre lociones y cremas, o en una bandeja de plástico junto a la hamburguesa y las patatas fritas… La literatura, pues, un objeto físico deglutible o aplicable por capas… Pero nunca ha sido esa mi experiencia. Tener un libro solo quiere decir que todo está por hacer: como un bello collado es aún promesa de andanzas contemplado desde el parking un domingo a las 9 y pico de la mañana. En el fondo, mi anhelo es pertenecer a algo grande, bello, valioso.

Tener Guerra y paz es solo la condición para tenerse en un mundo de guerra y paz que se despliega ante el lector. Si consumir es hacer que algo deje de ser, qué extraño es el consumo que hace que algo crezca. Pero la literatura crece con los lectores. Lo dijo Gregorio Magno en el siglo VI: Scriptura cum legentibus crescit. Un gran libro genera lecturas nuevas con la llegada de nuevos lectores, si estos traen sus vidas a la lectura: porque no hay lectura valiosa que no se haga desde un acercamiento sincero, anhelante.

La soledad mala y una percepción de insignificancia en la vida personal —esos malestares tan contemporáneos, consumidores de almas—, se alimentan a menudo de un individualismo desconfiado de vínculos. Pero la literatura puede brillar aquí: va con ella no dejarse leer, no entregarse, sin reclamar una amistosa pertenencia. No es poca cosa, esta iniciación, para la vida.

José Manuel Mora-Fandos