Llamados a la misión

 

La Compañía de Jesús fue la última institución de la Iglesia católica, cronológicamente hablando, en incorporarse a la ingente tarea de la evangelización de América desde que en 1492 se abriera aquel vasto e inmenso continente. Efectivamente, eran tierras que había aparecido ante los ojos de los aventureros y navegantes españoles mientras buscaban encontrar una nueva ruta comercial hacia las indias y que se convirtieron en millones de indios necesitados de una completa evangelización y en miles de kilómetros cuadrados por explotar económicamente.

Aquellos jesuitas llegaban al nuevo mundo como las demás congregaciones religiosas, pero con la ilusión de quienes estrenaban y ejercitaban el cuarto voto; es decir, estar a disposición del papa para las tareas urgentes de la evangelización en el orbe.

Llegaban, por tanto, pletóricos de espíritu y de doctrina, con la teología renovada de Salamanca y la aplicación del método de los lugares teológicos, con la vuelta al tomismo renovado y apoyado en el equilibrio fe y razón y, sobre todo, en el completo desarrollo de la dignidad de la persona humana.

Entre aquellos misioneros que desde 1549 llegaron a América, deseamos detenernos en la figura del Venerable Siervo de Dios, Alonso Barzana SJ (1530-1597), cuya biografía y documentación ha editado Wenceslao Soto Artuñedo SJ, con motivo del decreto de virtudes heroicas publicado por la Congregación para las Causas de los Santos del 2017. Alonso Barzana era hijo de médico y había nacido en Belinchón (Cuenca), aunque poco después se trasladaría a Córdoba. Fue discípulo de san Juan de Ávila, doctor de la Iglesia desde 2011 y patrono del clero diocesano, a quien había conocido en Baeza en 1547 cuando llegó a aquella ciudad para realizar sus estudios de Artes y Teología (1559) y donde encontró su vocación a la Compañía de Jesús (1566), por tanto, era un hombre llamado por el Espíritu Santo a la santidad en el desarrollo de la propia labor sacerdotal y a una vida de intensas penitencias por la salvación de las almas (41).

Con ese espíritu de san Juan de Ávila de “subir al púlpito con el alma templada en la oración y el sacrificio”, Alonso Barzana llegó a Lima en 1567 y comenzó a predicar a administrar los sacramentos a la población urbana de la capital del virreinato y a trabajar en el colegio que instalaron en la ciudad para españoles y criollos (127).

Pronto aprendió el quechua y, de ese modo, ya podía celebrar la misa y administrar los sacramentos a los indígenas, sin necesidad de intérpretes (que eran más dificultad que ayuda) de las comarcas próximas a Lima. De ese modo la misión a evangelizar que había vislumbrado en la universidad de Baeza, mientras estudiaba o daba clases o seguía a Sam Juan de Ávila se hacía ahora realidad, a millones de kilómetros de distancia. Ese espíritu de inculturación y adaptación a las necesidades de los demás fue su máxima tanto en la doctrina de Huarochirí en 1570, como después en tantos lugares, como Arequipa, Panamá, norte de Argentina, es decir, donde fuera enviado por sus superiores a evangelizar (130).

José Carlos Martín de la Hoz

Wenceslao Soto Artuñedo SJ, Alonso Barzana SJ (1530-1597). El Javier de las Indias occidentales, ediciones mensajero, Bilbao 2019, 500 pp.