Los escépticos españoles del siglo XVI

 

Recordar el siglo de oro de las letras castellanas y de la reforma de la Iglesia comenzada por los Reyes Católicos, Cisneros, la escuela de Salamanca y el Concilio de Trento, es hablar de la época donde brillaron tantos santos, sabios, humanistas, grandes filósofos, teólogos y canonistas, así como escritores y poetas, como Vitoria, Soto, Cano, Covarrubias, Báñez, Suarez, etc.

Asimismo, en estos años se ha ido revalorizando también el peso de algunos españoles que contribuyeron a la renovación de las ciencias experimentales y a los necesarios cambios de método científico, es decir, que participaron de la creación de líneas de pensamiento novedosas que liberarán, en cierto modo, a la ciencia del exceso de protección de la teología y le permitirán volar libremente.

Evidentemente como toda crisis de crecimiento, el método experimental científico al romper con el método de autoridades teológico en el alma de algunos se convirtió en una lucha entre fe y ciencia, entre fe y razón natural, para dar lugar a un cientifismo absurdo o a una aparente dicotomía entre verdad y certeza científica. De hecho, desde Descartes y el “Novum organum” de Francis Bacon, muchos ilustrados tomaron el camino de la desconfianza de la Iglesia.

En cambio, Domingo de Soto, Pascal, Leibniz y otros muchos, supieron compaginar fe y ciencia (34). En la línea de los ilustrados, hoy recordamos a Francisco Sánchez (1551-1623) un médico español emigrado con su familia al sur de Francia desde Valencia, formado en la universidad de Montepelher y en Roma y famoso no solo por sus escepticismo filosófico y teológico, sino sobre todo por sus conocimientos en anatomía que desarrolló en Toulouse y que terminaron por difundirse por toda Europa a través de los magníficos Atlas (35).

Es interesante que un científico de su categoría, siempre atosigado por los enfermos que acudían a su consulta de toda Europa encontrara tiempo para redactar un texto sobre filosofía natural, los limites del conocimiento humano, la búsqueda de la verdad, la capacidad humana del conocer.

El título de su obra principal: “Quid nihil scitur”, publicado en Lyón en 1581 y reeditado en Francfort en 1618, hay que entenderlo en el contexto de la época y en una ciencia experimental estancada desde hacía tiempo por el propio método y necesitada de nuevos aires. Evidentemente convertir la ciencia en cientifismo fue un error de Voltaire, pero los principios estaban ya en este trabajo que ha sido editado por María Asunción Sánchez Manzano.

Es interesante el análisis de la obra de Sánchez que hace la profesora Sánchez Manzano, sobre todo cuando muestra que su escepticismo filosófico sobre el conocimiento de la verdad completa tiene su base en el neo platonismo (39) y en Galeno y Avicena (43) y, por supuesto en el nominalismo que aumentó la base argumentativa del empirismo científico y su separación de las ciencias especulativas (44).

José Carlos Martín de la Hoz

Francisco Sánchez, Que nada se sabe, ediciones Tecnos, Madrid 2020, 179 pp.