Hace unos pocos días nos llegó la noticia del asesinato de niños y profesores en EE. UU. Un muchacho un tanto perturbado, en cuanto pudo conseguir un rifle, en cuanto tuvo mayoría de edad, y por lo tanto posibilidad de matar, termina con una veintena de niños y profesores, con un sentimiento de venganza, por agravios anteriores. A todos nos pareció terrible que alguien, un joven, pueda tener toda la facilidad para ir y asesinar, por odio, por venganza.

El domingo pasado, solemnidad de Pentecostés, una de las fiestas más importantes del calendario cristiano, unos terroristas, sin duda musulmanes, entran en una iglesia de Nigeria y matan a cien personas que estaban rezando, participando del sacrificio de la Eucaristía, con el gozo de las grandes fiestas.

Por el hecho de que un chaval un poco loco entrara en su escuela matando, toda la prensa manifestó su sorpresa y su tristeza ante semejante barbaridad. Varios días, ni uno, ni dos, ni tres, aparecieron noticias y comentarios sobre el suceso. Sugerencias sobre cómo se podría evitar la muerte de inocentes y evitar que cualquiera pueda tener en su casa armas asesinas. Varios días de barajar posibilidades, de sugerir a la sociedad americana que no tengan en su casa un arma, que parece poco prudente. Se han propuesto soluciones, porque parece una barbaridad extrema, intolerable.

Luego, pocos días después, en Nigeria un acto vandálico acaba con la vida de cien personas, que no solo no eran delincuentes ni gente de mal vivir; eran fieles cristianos que rezaban a su Dios con devoción, y la noticia apenas tiene eco. Al día siguiente ya nadie ha dicho nada. Seguramente hay quienes están molestos porque en Nigeria crece muy notoriamente el número de católicos. Pero la sociedad internacional no se inmuta.

El poder del mal pierde adeptos en aquel país y ve que son muchos los que se encuentran con Dios y que viven con auténtica devoción su vida cristiana. El número de católicos sube notablemente año tras año, pero lo que es todavía más impactante es que hay una mayoría casi absoluta de participación en la misa dominical. El noventa y tantos por ciento de los católicos nigerianos, que son muchos millones, van a misa todos los domingos.

Quizá el motivo por el que apenas se da importancia a semejante barbaridad es porque de la matanza de 100 personas todos son católicos. En el ambiente social de una gran mayoría en Occidente, el ser religioso es una estupidez. Y pensarán quizá que si se pegan entre ellos, entre las religiones, es cosa suya. Son esas mismas personas que no son capaces de distinguir lo que significa seguir a Dios o seguir al diablo. Incluso no creen en que exista el Maligno, porque tampoco creen demasiado en Dios.

Por lo tanto es mucho más importante que en EE. UU. maten a 20 inocentes que el hecho de que maten a 100 fieles católicos en Nigeria. La igualdad de la dignidad de las personas cambia si son de Occidente o son del Tercer Mundo. Y nadie se atreve a acusar abiertamente a esos asesinos yihadistas que no admiten fácilmente que haya quien descubra la verdad.

La fundación Ayuda a la Iglesia Necesitada, ha pedido que “todos los líderes políticos y religiosos en el mundo de manera firme y explícita condenen este ataque terrorista”. ¿Sabemos de algún musulmán que se haya manifestado abiertamente en contra de semejante barbaridad? A mí todavía no me ha llegado noticia, pero seguro que alguno habrá, tarde o temprano, aun sabiendo que se juega el prestigio y quizá algo más.

Ángel Cabrero Ugarte