La decadencia de Occidente. Me parece que uno de los síntomas más claros del hundimiento moral de nuestra sociedad es el fenómeno de las mascotas. Que haya tantas personas que dediquen tiempo y dinero a un animal, simplemente porque les hace compañía, me parece una aberración.

Entiendo que los perros han tenido un papel importante durante siglos para ayudar al hombre en diversas circunstancias: habría que investigar desde cuando el perro ha sido un buen pastor, ha acompañado al pastor que cuida de las ovejas. Para ese oficio se han conseguido verdaderas maravillas de adiestramiento. También lo ha sido como vigilante. Sigue siéndolo. Hay lugares a los que es mejor no acercarse porque el perro, de entrada, te ladra y, si sigues adelante, te ataca.

El perro ha sido acompañante fundamental del cazador. Pero el cazador no le lleva por “cariño” sino por utilidad. ¿El cazador puede encariñarse del perro? Por supuesto. Y del canario, porque canta bien y le agrada. Los gatos han sido una buena ayuda contra los ratones y, claro, terminan siendo compañeros. Y habrá quien crie perros para luego venderlos, lo cual tiene su lógica, sabiendo que son necesarios para ciertos trabajos.

Pero que haya tantísimas personas que adquieran un perro solo para que le haga compañía, es algo un tanto sospechoso. ¿De verdad hay alguien que tenga un gran cariño a un perro, que es una cosa -no una persona- habiendo tantas personas necesitadas de cariño y de ayuda? Se dedica a la mascota el tiempo y el dinero que se podría dedicar a un niño huérfano, a un emigrante perdido.

Lo pensé una vez más al releer “En el mar hay cocodrilos”, libro que ya he comentado. Me parece que lo más impactante de ese relato biográfico es el contraste tan brutal entre los cinco años que el protagonista, -que comienza con diez años su peregrinaje-, pasa sufriendo todo tipo de peligros y abusos de diversas gentes y la acogida final de una familia en Italia. Es, simplemente, conmovedor. Es de esos efectos que a uno le hacen pensar que el bien existe, que, sin duda, abunda más entre quienes están cerca de Dios, y más concretamente entre los cristianos.

Y lo que me vino a la cabeza, al leer esa historia breve, es que habrá muchas personas que se quejan de la llegada constante de emigrantes y que están dedicando mucho dinero y tiempo a sus caprichos, y concretamente a sus animalitos domésticos. No se me ocurre juzgar a nadie en particular porque las historias son variopintas y cada cual tendrá sus motivos, pero cuando salgo de casa tempranito a mis ocupaciones y veo a un señorón, hecho y derecho, paseando al perrito, para que haga sus necesidades, me da vergüenza ajena, me produce una cierta tristeza.

En el libro de los cocodrilos, el chaval afgano que tiene que huir de su pueblo -donde era feliz- porque estaba amenazado de muerte, podía haberse quedado muerto en cualquiera de las escaramuzas que surgieron en aquellos años de desplazamiento, donde quedaron sin vida otros compañeros; pero llegó a Italia, y una familia con varios hijos le acoge y le da alimento, vestido, colegio, en definitiva, familia. Le dieron la vida. Gastando dinero, dedicando tiempo.

El contraste es tan fuerte que creo que merece la pena pensarlo dos veces.

Ángel Cabrero Ugarte

Fabio Geda, En el mar hay cocodrilos, Nube de tinta 2018