Maternidad y feminismo

 

En el ambiente social que nos rodea encontramos un empeño de algunos movimientos minoritarios dirigido a confundirnos sobre la realidad más evidente que existe en la naturaleza humana: el hecho de que existen dos sexos. Quieren negar la realidad más palpable y antigua en la humanidad: cuando nace una criatura, cuando sale del seno materno, la partera, el médico o el familiar que ha ayudado en el parto entona el “niño” o “niña” a la vista de lo indiscutible. Esto ahora se conoce más pronto porque hay medios para saber meses antes, cual es el sexo, simplemente porque lo han visto en las pantallas.

En todos los rincones de cualquier país los recién nacidos son considerados de sexo femenino o de sexo masculino tras observar los órganos genitales con los que han nacido. Esa observación no es el resultado de una indagación de un médico, que informa a la madre del resultado de su evaluación, y aunque en las sociedades actuales lo habitual es que sea el personal médico el que dictamine la categoría tras el nacimiento, este reconocimiento del sexo se ha venido realizando unánimemente en todas las épocas históricas por todos los presentes en el momento de dar a luz, y dada su extrema sencillez.

El feminismo, la transexualidad, la homosexualidad nos están llevando a planteamientos sociales antinaturales y dañinos. Malos para los niños, destructores para la sociedad, terribles para la mujer. El alto porcentaje de mujeres que no se casan, que se casan tarde, que ponen todos los medios para no tener hijos, es muy alto. No hace falta ser un experto para darnos cuenta de que este planteamiento antinatural es una catástrofe para la sociedad. Todo lo antinatural termina siendo un desastre para todos.

Tras siglos y siglos en los que estuvo implícitamente asumido que la labor principal en la existencia de toda mujer, aquella a la que estaba destinada por encima de cualquier otra si no quería considerar su vida como un fracaso, era la maternidad, el movimiento feminista comenzó a defender que la realización personal de las mujeres no ha de pasar necesariamente por ese trámite, cuestionando el modelo de mujer centrado a todos los niveles, biológico, emocional, familiar, alrededor de su condición de madre.

Cuando estos planteamientos equívocos llegan al gobierno de una nación nos encontramos con que se manifiestan como derechos de no se sabe quién, y, por lo tanto, la presión política lleva a obligar a mantener lo absurdo, a prohibir que se diga lo contrario.

Según datos públicos, la media de edad para dar a luz al primer hijo se ha retrasado 4 años desde 1980. La actualidad se encuentra en los 32 años. Esto supone que, por término medio, pasan alrededor de 20 años desde la primera menstruación hasta la llegada del primer hijo, es decir, el primer parto tiene lugar en la segunda mitad de la etapa fértil de la vida de las mujeres, tras dos décadas en las que el sexo ha sido intencionalmente desvinculado de la reproducción.

Unión sexual sin matrimonio, matrimonio mal vivido, inmoralidades que dejan a las personas muy lejos de lo que significa hacer las cosas según el querer de Dios. Lógicamente estas situaciones preocupan a cualquier persona con dos dedos de frente y nos deben llevar a plantearnos  con profundidad qué tipo de información o formación podemos llevar a cabo para advertir del error tremendo. En todo caso nos alegra conocer a no pocos jóvenes casados y con hijos, y con no pocos hijos. No les ha vencido el ambiente.

Ángel Cabrero Ugarte