Matilde de Magdeburgo

 

En la larga historia de la espiritualidad en la Iglesia Católica, destaca, como uno de sus momentos culminantes, la escuela renano-flamenca de espiritualidad que creció y se desarrolló alrededor del maestro Eckhart durante los siglos XIII y XIV y que tuvo una gran influencia en la llamada mística castellana del siglo de Oro de las letras castellana, encarnada en autores de la altura de santa Teresa y san Juan De la Cruz, a través del “tercer abecedario” del inolvidable Francisco de Osuna.

Es un hecho comprobado que las grandes corrientes de espiritualidad ni se improvisan, ni suceden, como si fueran hechos aislados, pues es Dios Espíritu Santo quien concede las luces y las gracias a los místicos y, también, hace que las ideas vuelen y se difundan y así puedan copiarse unos autores a otros, para alimentar, finalmente, la vida de oración de los cristianos corrientes.

Además, hay un hecho incontrovertible que es la unidad de lengua latina en toda Europa en aquel tiempo entre los hombres que sabían más que leer y escribir y, en general, en la civilización occidental, lo que permitiría junto a la unidad de doctrina Cristiana, que se influyeran unos a otros manteniendo la propia personalidad e incluso las propias raíces culturales.

Que Dios habla en la oración al alma es un hecho claro, demostrado y experimentado, pero también lo es que no le importa que después de que un autor haya saboreado en su interior las iluminaciones divinas, las comparta por escrito con otros cristianos y esos con otros, aunque algunos contenidos puedan ser malentendidos por algunos o poco aprovechado, por falta de formación o de hábitos intelectuales, por otros.

Matilde de Magdeburgo (1207-1282), después de haber vivido muchos años entregada a Dios como beguina, mujer consagrada en el mundo, en la ciudad alemana de Magdeburgo, terminaría por ingresar en el convento cisterciense de Helfte donde concluiría su camino espiritual hacia la santidad y donde sería enterrada.

Asimismo, el libro donde por un querer de Dios fue anotando sus conversaciones divinas fue incorporado a las obras espirituales del propio monasterio con total naturalidad. Esa obra, “La luz que fluye la divinidad” que ha reeditado recientemente ediciones Herder en su colección de clásicos de espiritualidad incluye, asimismo, y ha reproducido, el famoso prólogo de teólogo Hans Urs von Balthasar, que comienza con el mea culpa por no haber estudiado estos textos con anterioridad.

Merece la pena adentrarse en esta obra, pues aunque muchas cosas no sean inteligibles al lector actual, es decir, queden entre el alma de Matilde de Magdeburgo y Dios, otras muchas cosas pueden sernos de gran utilidad, sobre todo para ser ambiciosos en el amor a Dios y en el amor a los demás, puesto que como afirmaba san Juan De la Cruz “tanto alcanzas cuanto esperas” y si en algo Matilde es maestra, es en el deseo de ser solo y completamente De Dios: “Ah, dulce Dios, ardiente por dentro, floreciente por fuera, ya que has concedido esto a los más pequeños, que pueda también conocer la vida que has dado a aquellos que para ti son más grandes” (Lib. I, cap. II, p. 72).

Finalmente, es conmovedor que Dios hable con Matilde de Magdeburgo de cosas tan divinas y humanas, con tanta sencillez y cercanía, incluso más allá de lo humanamente accesible: “desde que yo mujer pecadora me he visto obligada a escribir, me aflige profundamente no ser capaz de describirle a nadie el verdadero conocimiento” (Lib. V, cap. XII, p. 231).

José Carlos Martín de la Hoz

Matilde de Magdeburgo, La Luz que fluye de la divinidad, ediciones Herder, Barcelona 2016, 400 pp.