No hablan de pecado. En realidad, molesta esa palabra, ese concepto. Hablar de pecado es hablar de culpa. Así que es preferible hablar de error. ¡Pobre, se ha equivocado! Y entonces somos comprensivos. O pensamos que serán comprensivos con nuestro comportamiento si no hablamos de pecado sino de equivocación.

Sin embargo, la única forma de que haya arrepentimiento es admitir la culpa. Esto es muy complicado en el mundo en que vivimos. Se ha equivocado o, simplemente, piensa de otra manera. Ve las cosas de otro modo. Él tiene su verdad, su forma de ver las cosas, yo tengo la mía. ¿Quién podría venir ahora a decirnos: esto es la verdad? Hay mucha gente que se sabe la lista de los mandamientos, pero no piensa en ellos nunca como algo que le afecte a su vida.

Son muchos los que no respetarían una opinión formada, un dictamen correcto. No están dispuestos a oír. Queda, por tanto, vacía la idea de conversión, de redención, de penitencia. ¿Qué hacen entonces en las procesiones de Semana Santa? Algunos ven arte. Otros se conmueven ante un ambiente de silencio, música y contemplación, aunque no la practiquen, esa contemplación, personalmente ningún día del año. Pero seguramente ese ambiente de piedad, de compasión ante los dolores de Jesús y de la Virgen, despierte a más de uno el sentido de conversión.

Eso sería volver al concepto de pecado. Pero hay miedo a la sola palabra, a la sola idea de “yo soy pecador”, porque ese reconocimiento llevaría, necesariamente, a un cambio. Hay muchos que están, de modo habitual, en situación de pecado, y no les gusta admitirlo. Es, en sí mismo, algo malo que hay que cambiar. Pero muchos de esos que están habitualmente en pecado no quieren cambiar. Por eso mejor ni siquiera aproximarse a las procesiones de Semana Santa, porque lo mismo recibo un empujón de la Gracia… y a ver qué hago.

Por supuesto, nada de entrar en una iglesia. Es demasiado inculpador entrar en un templo -no por turismo- y vérselas a solas con la Presencia. Por eso es mejor no ir a misa. Por eso ni se plantean muchos la posibilidad de consultar al sacerdote. No tiene prestigio, no tiene autoridad, no queremos pensar bien en él, por si acaso. En definitiva, hay que huir de la culpabilidad, como sea. Y si hace falta se discute con altivez con quien me pueda hablar de la Iglesia de Jesucristo y su Verdad y sus sacramentos, porque no me cuadra. No encaja con mi falta de arrepentimiento.

En todo caso hablaremos con los que solo conocen el concepto de error o equivocación. Con esos es más fácil discutir: tú piensas así, yo de esta forma. Dice Ratzinger (Jesús de Nazaret): “La desavenencia con Dios es el punto de partida de todos los envenenamientos del hombre; su superación constituye el presupuesto fundamental de la paz en el mundo. Sólo el hombre reconciliado con Dios puede ser reconciliado y en armonía incluso consigo mismo y sólo el hombre reconciliado con Dios y consigo mismo puede llevar la paz en torno a si y en todo el mundo”.

Nos quejaremos de las guerras que hay por el mundo, pero no llevamos paz si no estamos dispuestos a volver, si al final lo que queda es miedo a hablar claramente del pecado.

 

Ángel Cabrero Ugarte

Joseph Ratzinger, Creación y pecado, Eunsa 2005