Pushkin escribió una obra dramática –Mozart y Salieri– que influyó en el siglo pasado en Amadeus, pieza dramática de Peter Shaffer, estrenada en España en el Teatro Marquina de Madrid, el 27 de enero de 1982, y en la película homónima de Milos Forman (1984). Para muchos, es probable que estas obras hayan dejado una imagen frívola del compositor, la de un genio infantil y caprichoso. La realidad no es esta, Mozart, uno de los más grandes músicos de toda la historia, tuvo una vida llena de dificultades, de éxitos y fracasos, y de hecho murió joven, enfermo y acosado por las penalidades económicas.

Aunque no se trata de una biografía, en El Dios de Mozart (Herder, 2019) –tesis doctoral ampliada de Fernando Ortega (Buenos Aires, 1950)–, este aporta bastantes datos sobre la vida del salzburgués y de su familia, como marco de las hipótesis que nos ofrece. Leopold, el padre, el primero en darse cuenta de que aquel niño era un genio precoz, fue su mejor valedor, aunque tuvieran también algunas desavenencias. De hecho, renunció a su prometedora vida como violinista y compositor, para ayudar a su hijo. La madre murió cuando estaba con Wolfgang Amadeus en París y este encuentro inesperado con la muerte marcó la vida del joven músico. Más tarde, falleció el padre y Mozart y Constanze Weber, su mujer, perdieron a varios hijos… Por esto, la muerte es un tema central en la obra del compositor, en una evolución que bascula entre el sentimiento trágico, cercano al nihilismo, y la luz que vislumbra cuando comprende el sentido redentor y trascendente de la pasión de Jesucristo, pues nunca se apartó de la fe católica, ni siquiera cuando entró en relación con la logia masónica vienesa de La Beneficencia, menos materialista y atea que otras.

Como trata de demostrar Fernando Ortega en su tesis, bien documentada y con abundantes ejemplos, esta evolución se manifiesta tanto en las obras de tema religioso (misas, motetes…) como en las de temas profanos (sinfonías, conciertos, óperas…). Esto explica que su música haya conmovido a tantos teólogos, tanto católicos (Benedicto XVI, Von Balthasar…), como protestantes (Barth…), y a pensadores, escritores, otros compositores y a un sinnúmero de melómanos de ayer y de hoy. Este libro, la mirada de un teólogo que intenta explorar el alma creadora de Mozart, ayuda a escuchar su música de un modo novedoso, profundo y muy enriquecedor, el índice final de “obras mencionadas” facilita la tarea.

Luis Ramoneda