Murió por todos los hombres



Jesucristo murió por todos los hombres. Es una
afirmación suficientemente repetida por toda la Tradición de la Iglesia como
para que necesite ahora una demostración. San Pablo escribe a los Corintios
(1Cor 15, 3) que "Cristo ha muerto por nuestros pecados según las Escrituras". Y
"Dios no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros"
(Rom 8, 32) para que fuéramos "reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo"
(Rom 5, 10), dice también el Apóstol.


 


Así lo enseña el Catecismo de la Iglesia siguiendo
la doctrina unánime a través de los siglos: Cristo ha muerto por todos los
hombres sin excepción: "no hay, ni hubo ni habrá hombre alguno por quien no
haya padecido Cristo" (nº 605). Dios quiere que todos los hombres se salven, y
por lo tanto también nosotros lo queremos. Todos están llamados a
la salvación. Son los sentimientos de
Cristo y deben ser los de todos los cristianos, si siguen queriendo llamarse
así.


 


En esta Semana de Pasión preparamos más de cerca
la Semana Santa, ya muy próxima, y
observamos a Jesús "como cordero llevado al matadero", ya que en realidad va,
Él mismo, por su propio pie, sin desmayos ni dudas, sabiendo lo que le espera;
avanza decididamente hasta que, el domingo de Ramos, entra victorioso en
Jerusalén, dispuesto a subirse a la cruz para conseguirnos la Redención.


 


Cuando observamos a otras personas a nuestro
alrededor debemos pensar: "Cristo ha muerto por este, y por este y por este". Como
debemos tener sus mismos sentimientos, vemos a aquellos con compasión, si nos
parece que están lejos de Dios. Es posible que esto nos ocurra con cierta
frecuencia y nuestra visión debe ser de comprensión, de paciencia y de caridad.
Rezamos por ellos y les ponemos en manos de Jesucristo que muere por todos.


 


"Nadie tiene amor más grande que el que da la
vida por sus amigos". Nos situamos junto a Jesús, que es ponerse del lado de
todos, también de los enemigos "porque si amáis sólo a los que os aman, ¿que
hacéis de más?", nos diría Él. Así que nuestro camino es de perdón. Nunca de
distancias ni rencores. Estamos todos muy necesitados de indulgencia, dispuestos,
por lo tanto, a deshacer rencillas. Es la gran ventaja de
la
Semana Santa
, que nos sitúa junto a la Cruz de Cristo y ahí ya no
podemos tener ni un mal pensamiento.


 


"¡Es que yo con Fulanito soy incapaz! No le puedo
perdonar". Poder sí puedes, todos podemos, y además debemos, y al mismo tiempo
nos da mucha paz, porque el rencor es violencia interna que nos intranquiliza. Sí
puedes, pero no es fácil, porque nuestro egoísmo nos inmoviliza, nos frena,
dificulta el perdón. Pero podemos ejercitarnos hasta lograrlo, de manera que
verdaderamente nos conocerán como discípulos de Cristo, "porque os amáis los
unos a los otros".


 


Ángel Cabrero Ugarte


 


Radio Intereconomía, 14 de marzo de 2008, 20,25
horas


 


 


Para leer
más:


 


Emmerich, A.C. (2004) La
amarga pasión de Cristo
, Barcelona, Planeta


Ratzinger, J. (2005) Via
Crucis. Meditación y oración
, Madrid, Edicep


Stein, E. (2000) Ciencia
de la Cruz
, Madrid, Monte Carmelo


Echevarría, J. (2005) Getsemaní,
Barcelona, Planeta