Nunca fuimos modernos

 

Uno de los sistemas más simples para no reconocer con humildad los errores que todo hombre comete, consiste sencillamente en “negar la mayor”, es decir, la validez de la “premisa mayor”, precisamente, cuando no te ha convenido el resultado final del razonamiento.

Uno de los sistemas más simples para no reconocer con humildad los errores que todo hombre comete, consiste sencillamente en “negar la mayor”, es decir, la validez de la “premisa mayor”, precisamente, cuando no te ha convenido el resultado final del razonamiento.

Es decir, como si se tratara de un silogismo en bárbara como aprendimos cuando estudiábamos lógica en el bachillerato (afirmativo, universal): premisa mayor, premisa menor y conclusiones. Exactamente igual que hacían los estudiantes de la Universidad Medieval cuando acudían a clase de Sumulae, o repasaban por se cuenta.

En el caso que nos ocupa, el ensayista y profesor de Ciencias Políticas de la Sorbona en París, Bruno Latour (1947), pretende explicarnos de una manera muy psicológica que gran parte de los errores de la antropología actual se solventarían con solo enmarcar la falta de coherencia y de hondura de planteamientos para realizar una verdadera filosofía moderna, completamente separada de la metafísica sin más autoridad que la de la propia razón.

Es verdad que hoy más que nunca el posmodernismo está clamando como única vía de salida, rehacer el camino hacia la verdad que todo hombre debe emprender y reemprender si desea llegar a la maduración y al crecimiento personal y de la sociedad en la que vive y, trabaja y ama.

Es interesante que en las primeras páginas de su ensayo, el profesor traiga a colación un ejemplo de fenomenología histórica: las disputas en plena ilustración entre el inglés filósofo natural, teólogo y científico especialista en química Robert Boyle (1627-1691) y el escéptico filósofo político escocés Thomas Hobbes (1568-1673) partidario del estado absolutista.

El primero (Boyle) acusa al segundo de usar mal las matemáticas para sustentar unas teorías políticas que no comparte puesto que, como buen inglés, la libertad nunca debe ser materia de trueque y menos con el Estado, aunque sea en aras de la paz (36). El segundo (Hobbes) ataca al químico por hablar de cuestiones de filosofía que no eran estrictamente científicas y experimentales y, por tanto, sería erróneo defender la autonomía de la libertad cuando las propias leyes químicas le están indicando que no hay otra solución que llegar al pacto social y, a la formación de un estado absolutista si no deseamos regresar a la selva y a la destrucción del género humano (40).

La lectura de semejante disputa, me ha recordado las conclusiones de las investigaciones históricas que impulsó san Juan Pablo II sobre el caso Galileo y que concluyeron en que la Inquisición Romana se había sobrepasado juzgando si las teorías astronómicas de Galileo estaban suficientemente fundadas y, por otra parte, el científico también había errado, pues criticaba a la Iglesia por no haber tachado frases del Libro del Génesis que no correspondían, en el sentido literal, con los supuestos hallazgos de Galileo y, en cambio, se atenían al sentido espiritual de la Escritura.

José Carlos Martin de la Hoz

Bruno Latour, Nunca fuimos modernos. Ensayos de antropología simétrica, ediciones Siglo Veintiuno, Buenos Aires 2012, 221 pp.